En el arte de la cultura de las tumbas de tiro una de las posiciones características de los guerreros consiste en figuras de pie, con la cabeza viendo al frente o hacia su izquierda, las piernas separadas y la mano derecha levantada a un lado del rostro o más atrás, con ella sostienen un objeto y parecen estar a punto atacar a un oponente, como este guerrero en acción que toma un arma triangular que puede identificarse como un cuchillo; el brazo izquierdo únicamente lo alza al frente; algunos guerreros sostienen un escudo o a su adversario.
Su atuendo consta de un casco que protege de modo notorio las orejas y se sujeta con barboquejo, una gargantilla con pendiente, un cinturón ancho atado a la espalda de donde cuelgan los dos extremos, y también en el dorso un sobresaliente escudo con forma de abanico dentado; estos “dientes” figuran plumas.
El bélico es un tema destacado en el repertorio iconográfico, si bien, en las múltiples modalidades estilísticas zonales varían algunos atributos, los escudos dorsales sólo aparecen en la zona de Colima, entre otras, en una variante de rasgos realistas del estilo Tuxcacuesco-Ortices en la que las figuras pueden sostenerse de pie y los ojos se modelaron al pastillaje; asimismo, es frecuente que éstos escudos sean semicirculares y con representaciones de plumas de punta recta en el contorno de la sección circular, no en la inferior que es recta y horizontal. Son escudos que imitan la cola desplegada de un guajolote; en el estilo mencionado existen pequeñas esculturas de esta ave con la cola extendida, corresponden a la especie Meleagris gallo-pavo, propia de la región; un ave terrestre, ya que su capacidad de volar es muy limitada.
La forma de tipo tubular con la que se adosa a la espalda incrementa la similitud con la cauda y en la vista posterior los dos colgantes del cinturón y las piernas también participan en el parecido con el animal; se identifica entonces como un guerrero guajolote. En términos prácticos, los escudos dorsales suponen un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y tal es la actitud dinámica plasmada en la escultura.
En la plástica de Mesoamérica son comunes los escudos dorsales circulares y bordeados por plumas de punta chata de especie incierta; así lo podemos ver en algunos sacerdotes pintados en muros teotihuacanos, así como en Tula, en las cariátides conocidas como atlantes y en la imagen de la deidad llamada Tezcatlipoca por los mexicas tallada en uno de los pilares de la Pirámide B; tales escudos dorsales se relacionan con espejos de pirita u obsidiana y con el sol en su faceta nocturna. De otra parte, es interesante notar que Tezcatlipoca aparece disfrazado de guajolote en ciertos códices -Borbónico y Vaticano-Latino-, y varios elementos de sus atavíos han permitido interpretar al “Señor del Espejo Humeante” como un dios guerrero, ligado con la región de la muerte, la oscuridad, la noche y la guerra nocturna; por lo que advierto la posibilidad de enlaces con nuestra escultura.
En la iconografía mesoamericana parece predominar el papel del guajolote como alimento u ofrenda, no obstante, en la de la cultura de las tumbas de tiro se relaciona con su aspecto agresivo, en tanto que los machos extienden su cola con propósitos defensivos y de apareamiento. El guajolote funciona como el nahualli del guerrero que claramente se aprecia en combate; sus significaciones pudieran asociarse con lo funerario, dado que con alta probabilidad procede de un entierro.