Es muy frecuente que encontremos en el arte mesoamericano figuras huecas que representan a seres humanos, animales y algunos objetos, y que en la parte superior tienen una boca, como si se tratara de recipientes. Es difícil precisar si alguna vez tuvieron un contenido, como agua u otro líquido, pero también es posible que, a pesar de su forma, nunca hayan sido rellenadas. En su mayoría se trata de objetos ceremoniales, generalmente funerarios, como es el caso de esta pieza, que debe proceder de una tumba de tiro.
La tradición más rica en figuras funerarias de cerámica es la del Occidente de México, sólo comparable con la tradición de los vasos efigie zapotecos. Las tumbas del Occidente estaban repletas de figuras de cerámica, muchas de las cuales parecen aludir a personas y prácticas cotidianas, y que probablemente estaban relacionadas con la vida del difunto y con su entorno social. En ellas vemos diferentes fisonomías, atuendos y acciones.
Esta figura en particular representa a un jorobado. La imagen del jorobado es bastante común en el arte mesoamericano y ello tiene que ver con el importante papel que este tipo de individuos tenían en la sociedad prehispánica. Los jorobados participaban en algunos ritos particulares y tenían un lugar destacado en las comunidades cortesanas. Hay indicios de que todas las culturas de Mesoamérica confirieron ese sitio especial a los jorobados y también a los enanos.
Las fuentes coloniales que describen las costumbres de la última etapa de la historia indígena, hablan de la presencia de estas personas dentro de los palacios. En el caso de la corte mexica, sabemos que había muchos jorobados y enanos y que incluso había un recinto especial donde vivían dentro del perímetro de la casa real. Así pues, tener un hijo jorobado o enano no era visto necesariamente como una desgracia, pues se trataba de un individuo que sería bien recibido en cualquier palacio, y al que se le asignarían tareas como acompañante del soberano, a quien en algunos casos debían entretener y divertir, a la manera de los bufones contrahechos de las cortes europeas.
Una familia podía obsequiar su hijo jorobado al palacio, y quizá en ocasiones se viera obligada a hacerlo. Pero además era muy común que los enanos y jorobados fueran vendidos en el mercado, igual que se hacía con los esclavos. Este tipo de personas tenía un valor tan elevado en las transacciones que incluso había gente humilde que deformaba de manera intencional a los niños pequeños, con la finalidad de poder venderlos y obtener una ganancia. Por medio de cuerdas y entablillados, lograban alterar el desarrollo de la columna vertebral y “fabricaban” enanos jorobados, como lo detallan algunas fuentes.
Había ciertos rituales mágicos en los cuales se necesitaba de la intervención de enanos y jorobados, quienes también podían contribuir en la adivinación de cosas ocultas. En general, el uso de personas con rasgos físicos distintivos, como podían ser también el labio leporino o el albinismo, fue una práctica extendida en Mesoamérica, ligada a la idea de que la “anomalía” o “deformidad” eran síntomas de personas especiales, “tocadas” por los dioses.