Este pasaje pertenece al ciclo de la pasión de Jesús, es decir, a uno de los episodios que narran su camino a la cruz. Después de que Cristo había orado en el huerto, angustiado y en busca de consuelo, sólo otorgado por un ángel, ya que sus discípulos se quedaron dormidos, el traicionero Judas guió a los soldados enviados del Sanedrín a capturarlo. El discípulo lo había vendido por treinta monedas de oro y debía dar una señal para que lo aprehendieran, así que se acercó a su maestro y lo besó. Más tarde Judas se arrepentiría y cometería un acto que fue entendido como cobardía, el suicidio.
La obra de gran tamaño del Museo Amparo representa el momento, posterior al beso de Judas, en el que Cristo pregunta a los soldados a quién buscan y ellos dicen que “A Jesús el Nazareno”. Jesús contesta “Ya os dije que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos”.[1] Por ello su mano derecha toca su corazón, mientras que la otra señala hacia donde está Pedro. En el primer plano compositivo, éste aparece en el momento preciso en que ataca a Malco, uno de los soldados, y le corta la oreja. Los personajes forman una diagonal que rompe con la verticalidad de las figuras de Cristo, Judas y los soldados, al tiempo que la espada de Pedro, en una dirección contrapuesta, señala simbólicamente hacia el discípulo traicionero y el maestro. En la esquina superior opuesta a las figuras de Malco y Pedro, aparecen dos discípulos más, a punto de huir.
La obra seguramente fue pintada en Puebla, pues sigue una tradición de representación consistente con la desarrollada en la región, aunque en el siglo XVIII, cuando se pintó, ya también se acusaban las influencias de la pintura de la capital. El manejo de personajes en un primer plano, su escala abarcante, así como algunos de los matices en colorido y paisaje, provienen de la primera, en tanto que el tipo de los rostros de Cristo y Judas, o la reducción de la paleta a pocos colores, de la capitalina. Esta confluencia estilística hace interesante la pintura, pues la ubica en un desarrollo artístico en el cual se empezaban a permear las novedades plásticas en artífices como este pintor, no precisamente de los más importantes o cultos de la ciudad de los Ángeles.
1. Héctor Schenone, Jesucristo. Iconografía del arte colonial, Argentina, Fundación Tarea, 1998, p. 187.