Como se puede observar en muchas esculturas en piedra y en barro presentes en las colecciones del Museo, deformar intencionalmente la cabeza de los recién nacidos ha sido una tradición ampliamente aceptada en las más diversas culturas mesoamericanas desde el Preclásico hasta la Conquista como signo de pertenencia étnica y de jerarquía social.
Era una tarea que correspondía a la madre del recién nacido y el principal instrumento era la cunita rígida a la cual se amarraba la criatura, como consta en diversas representaciones en barro de Tlatilco y del Occidente. Esa práctica producía la deformación más común llamada tabular erecta, que daba lugar a una cabeza ancha, plana y corta.
Al utilizar otras herramientas se conseguían resultados diversos; para la deformación tabular oblicua, se emplazaba la cabeza del bebé entre dos elementos planos rígidos. Existieron también otras variantes más al combinar elementos rígidos con bandas o solamente con vendajes, horizontales o vericales. Esas compresiones se aplicaban las primeras semanas de vida y después se podían aplicar masajes para seguir modelando la cabeza según las normas del grupo al que pertenecía el bebé.