Esta obra, con muchos problemas de conservación, presenta una iconografía no desarrollada comúnmente, en donde san José lleva de la mano al Niño Jesús, de la edad de seis años más o menos, el cual porta una corona de espinas de “casco” al tiempo que lleva o toca una canasta con los clavos, en alusión a los que se usarían para crucificarlo de mayor. Se trata, por lo tanto, de una premonición del Niño Jesús respecto a su sacrificio, inusual porque no parece que estén en el taller de Nazaret, en donde por lo general se representan padre e hijo trabajando en una cruz; ni Jesús se encuentra solo, como también se le ve a veces, reflexionando con los símbolos pasionarios.
Los personajes parecen caminar mientras se miran, destacando así su amor filial, pero no hay muchas alusiones espaciales que indiquen hacia dónde, aunque asoma el borde de una mesa. Quizá la obra esté cortada, y por ello las alusiones espaciales sean más ambiguas. Unas nubes en la parte superior abren un espacio al cielo, como para señalar que se trata de una visión, y no de una historia real. Tanto Hijo como Padre portan capas decoradas y cerradas por medio de joyas de considerable tamaño, así como cinturones con un nudo grande y visible. José lleva su vara florida, parecida a las que se ponían en ceremonias o se usaban en las procesiones. De los dos personajes salen ráfagas de poder, pero mientras que en el padre son rectas, gruesas y puntiagudas, en el Niño son como una irradiación de luz.
De la calidad pictórica es difícil hablar, ya que la obra está muy deteriorada, ha perdido el colorido en mucha de su superficie pictórica, probablemente en virtud del deterioro de algún colorante orgánico presente en su constitución. Asimismo, presenta pérdidas y roturas, atendidas por medio de una intervención aficionada de mala calidad. Algunas características plásticas coinciden con el arte desarrollado en Puebla, como la representación de las figuras en un primer plano y que ocupan casi todo el espacio.