Esta pintura de autor desconocido representa al padre de la Virgen María, que mira hacia el cielo, con las manos en el corazón, desde donde sale una rama de lirio que se proyecta en diagonal hacia arriba. Más allá de los ojos se ve también el monograma de la Virgen. Su vestidura señorial, pintada en tonos rojos, azules y blancos, apenas muestra detalles, lo que contrasta con las manos del santo y su rostro, manejados con suficiente precisión para representar las arrugas y venas del anciano.
El tratadista Francisco Pacheco, en sus notas sobre iconografía, señala que san Joaquín se representaba con su esposa, y debería ser pintado de 68 años “…aunque santa Ana de menos edad, hermosos y venerables, en fin, viejos, que esto es lo más cierto, ya muerta la sangre y frío el color natural”.[1]
El pintor novohispano, sin embargo, utilizó tonos cálidos para las encarnaciones, que muestran una emoción amable. Es probable que la pintura fuera parte de un conjunto de obras, como hay bastantes ejemplos del siglo XVIII, en los cuales san Joaquín y santa Ana, como en espejo, voltean hacia el centro mientras salen lirios de sus pechos, símbolos de pureza, que culminan en una flor desde donde nace la Inmaculada Concepción, en un tercer lienzo.
La pintura de la Colección Virreinal da cuenta de un tipo de devoción más íntima que representa el núcleo familiar de María, enalteciendo la pureza de la Virgen. El azul del fondo presenta dos tonalidades, lo que denota que la obra en algún momento se enmarcó de forma ovalada para cubrir sus esquinas, mismas que tuvieron un deterioro diferente.
La disgregación de las obras que debieron formar el conjunto, fue muy común en la pintura novohispana, e implica una transformación en su uso. En este caso se ha perdido su sentido religioso más profundo, pues aunque san Joaquín pueda ser venerado solo, era infinitamente más común que se hiciera como parte de su grupo familiar. La pintura, no obstante, denota serenidad e intimismo, lo que la convierte en un ejemplo bastante claro de los modelos de la pintura del siglo XVIII.
[1]. Francisco Pacheco, El arte de la pintura, Edición, introducción y notas de Bonaventura Bassegoda i Hugas, Madrid, Cátedra, 1990, [1649], p. 572.