Como señala L. Arbeteta, los medallones-relicario, las medallas y las placas devocionales gozaron, junto con las cruces, del favor de los devotos en España y, por extensión, en las Indias españolas. La denominación popular de relicario corresponde más bien al genérico medallón, que aún viene definido en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como joya en forma de caja pequeña y chata donde generalmente se colocan retratos, pinturas u otros objetos como recuerdo.
De ese modo, los medallones pueden o no contener reliquias. Cuando las iluminaciones que albergan son de tema devocional, se les llama por extensión relicarios. Cabe en ello la confusión con los verdaderos relicarios, que lo son en función de los restos sagrados que contienen, con su correspondiente o no auténtica. El uso de ambas palabras sirve para recordar que son en esencia medallones para uso personal, al mismo tiempo que objetos de temática devocional.[1]
Un tipo bastante común en la joyería novohispana y mexicana desde el siglo XVII es el medallón elíptico con ventanas por el anverso y el reverso y marco de sujeción en plata en su color o sobredorada con argolla en su extremo superior para su sujeción y suspensión, perpendicular o no al cerco. Dentro de las grandes ventanas ovales se insertan vidrios biselados, facetados en ochavo o lisos. Por su dureza o resistencia, que aseguraba la conservación de los restos venerados, se utilizaron profusamente con ese fin viriles de cristal de roca, cuya transparencia o visibilidad permitía al mismo tiempo ver las iluminaciones o las reliquias custodiadas en su interior. Esta clase de vidrio se importaba por lo común en España de los talleres milaneses, en tanto que el uso de este material en el México colonial se remonta a los tiempos prehispánicos.
Prueba de su gran difusión es la colección de medallones-relicario de los siglos XVIII y XIX que posee el Museo Soumaya;[2] o los numerosos relicarios dorados, en blanco, en latón dorado o esmaltados, con láminas de Cristo, la Virgen o los santos en una o en ambas caras (San José y la Purísima Concepción, N. P. Jesús y N. S. de la Soledad; Jesús, la Virgen del Rosario, Nuestra Señora de la Soledad; San Agustín, San Xavier, San Cristóbal, San Antonio) o ceras de Agnus, inventariados en 1763 a la muerte del prestigioso artífice poblano José de Aguilar en su tienda de platería de la calle Mercaderes.[3]
A este modelo obedecen los medallones-relicario del Museo Amparo, cuyos marcos o estuches presentan cerco y borde moldurado y abocelado; o con ventanas abrideras mediante bisagras y cantos con decoración incisa de hojas y ces vegetales de rasgos rococó; o con triple acanaladura de gusto clásico.
Sus representaciones muestran iluminaciones o miniaturas inspiradas en la pintura novohispana del barroco, plasmadas en óleo sobre papel o lámina metálica, aunque la imposibilidad de acceder a su interior impide corroborarlo con plena veracidad.
Una variante de este tipo de relicario es el colgante que cabe denominar como retablito por su forma de pequeño altar. Con placa rectangular con remate ondulante trilobulado y marco con moldura cóncava entre cordones de perlas, presenta las representaciones de medio cuerpo de Nuestra Señora del Carmen en el frente y San Antonio de Padua con el Niño en el dorso.
[1]. Cfr. Arbeteta [1998], p. 37; y Egan [1993].
[2]. Cfr. AA VV [2004]; y Egan [1993], pp. 31-53.
[3]. Neff [2010].
Fuentes:
AA VV, Santuarios de lo íntimo. Retrato en miniatura y relicarios. La colección del Museo Soumaya, México, Telmex, Museo Soumaya, 2004.
Arbeteta, Letizia. “La joya española. De Felipe II a Alfonso XIII”, en La joyería española. De Felipe II a Alfonso XIII en los museos estatales, Madrid, Ministerio de Educación y Cultura, 1998, pp. 11-78.
Egan, Martha J., Relicarios. Devotional Miniatures from the Americas, Santa Fe, Museum of New Mexico Press, 1993.
Neff, Franziska, Fuentes para el estudio del Arte en Puebla, Trabajo de investigación inédito, 2010.