Esta obra anónima representa a María como toda pura, es decir, concebida sin pecado original. Pese a que esta idea no fue proclamada dogma de la Iglesia hasta 1854, en la monarquía española se adoptó con bastante frecuencia ya durante el siglo XVI, por lo que sus imágenes fueron muy comunes en todos los territorios de la misma. Como ha sido bien estudiado ya, los atributos que suelen representarse a su lado provienen de las letanías marianas y del Cantar de los Cantares, y en los primeros tiempos del virreinato fue frecuente que se representaran flotando alrededor de María. Sin embargo, en fechas un poco más tardías se recurrió a pintar, por lo menos algunos, como parte del paisaje: la palmera, el ciprés, la puerta del cielo, o la torre de marfil, que pueden verse al fondo de esta obra.
La pintura, probablemente del siglo XVII, sigue las recomendaciones del tratadista Francisco Pacheco para la representación del tema, por lo que el rostro de María, de edad temprana, refleja dulzura, serenidad y pudor, por lo que baja la mirada. El manto azul, que ha perdido parte de su color, y el blanco acentúan la tranquilidad de la imagen, destacada aún más por el alto Sol a sus espaldas, que emite una fría luminosidad que contrasta con el color de las nubes. El horizonte, muy bajo, puede verse a lo lejos, enalteciendo así a María.
Asoma también el rojo de la imprimatura del lienzo por varias zonas, ya por adelgazamiento de las capas superiores, o ya porque ha perdido parte de la capa pictórica superficial. Es posible, sin embargo, distinguir una paleta cromática típica de la tradición poblana del momento.