Este par de espejos azogados, de indudable belleza y alta calidad artística, son obras de gran importancia. Fueron hechos en el siglo XVIII. Dentro de las casas, y otros espacios de poder, el uso de espejos y cornucopias fue fundamental, pues a la vez que estos objetos proporcionaban prestigio social -recuérdese que los espejos y cristales fueron piezas muy caras-, las lunas refractaban la luz de las velas, produciéndose otras fuentes lumínicas en los espacios interiores, casi siempre mal iluminados. Los espejos virreinales siempre fueron de pequeñas dimensiones, habría que esperar a los tiempos modernos que fue cuando se pudieron hacer, por la dificultad técnica que implicaba, espejos de grandes dimensiones.
Estos objetos útiles de carácter suntuario adoptan la forma de las águilas bicéfalas de los Habsburgo. Estas tipologías heráldicas proliferaron en el siglo XVII y en la centuria siguiente se convirtieron en hitos formales, llegando su representación a la época decimonónica y a la actual. Los esmerilados de las lunas, por el uso de abrasivos, incluyen magníficas representaciones de helechos, partes de arquitectura y canastas con frutas y flores. En las tallas de ambos casos se percibe la alta calidad de oro y se visualizan partes de la base de preparación (bol de Armenia). En la parte posterior, sujetadores de hierro permiten colgarlos a las paredes. Esta clase de bienes suntuarios fueron piezas en las que los habitantes de la Nueva España cifraron su poderío económico y prestigio social.