Venera trabajada en plancha de plata labrada y repujada. El cuenco, de mediana profundidad, está constituido por dieciséis gallones cóncavos y rectilíneos, abiertos en abanico hacia el borde, que adquieren perfil ondulante. La charnela nace del mismo cuerpo que, al enrollarse hacia adentro, se transforma en un asa transversal en forma de canuto liso y sin decoración.
Desde las décadas finales del siglo XVII, las conchas bautismales comienzan a sustituir a los jarros de pico y a otras piezas utilizadas para verter el agua en la ceremonia del bautismo (1). La forma del cuenco, del asa o el tipo de soportes permiten apreciar diferencias regionales según los casos. Los apoyos en forma de pequeñas conchas o veneras distinguen así a las labradas en Cuba a principios del siglo XVIII, en tanto que las mexicanas carecen de soportes fundidos y adoptan formas almendradas, redondeadas o alargadas, con asas de tornapuntas, de cariátide o de plancha enrollada en voluta (2).
La abundancia del tipo, la ausencia de decoración y la falta de estilo definido en la mayoría de las piezas hacen difícil de cualquier modo su clasificación a no ser que tengan marcas o inscripciones que den conocimiento de su centro de origen o su datación. En 1761 está fechada una concha bautismal en colección particular; mientras que la del Museo Franz Mayer está marcada en México por Mariano de la Torre entre 1819 y 1823. Otros ejemplares llevan punzones de Guanajuato y Yucatán.
La forma alargada, estrangulada en el cuello que precede a la charnela, y el asa enrollada y tubular coincide, en este caso, con la pieza de la iglesia de Cumbres Mayores (Huelva), de 1715-1717, enviada de Antequera de Oaxaca por el capitán Juan Gómez Márquez en la flota de 1718 (3). Con las lógicas reservas, cabe considerar la misma región de origen —de la que proceden asimismo otras piezas de la colección poblana— y una cronología aproximada, en torno al primer cuarto del siglo XVIII, para el ejemplar del Museo Amparo.
1. Según G. Rodríguez, el modelo de esta tipología es posiblemente de origen sevillano.
2. Cfr. C. Esteras, «Platería virreinal novohispana…», ob. cit., pp. 222-223, nº 48, pp. 266-267, nº 70, y pp. 284-285, nº 79; La platería del Museo Franz Mayer…, ob. cit., pp. 304-305, nº 130; y Marcas de platería hispanoamericana. Siglos XVI-XX, Madrid, 1992, p. 34, nº 85; L. S. Iglesias Rouco, Platería Hispanoamericana en Burgos, Burgos, 1991, p. 112; La Platería Mexicana, ob. cit., p. 45, nº 93 y 94, p. 46, nº 96 y 97, y p. 97, nº 199, 200, 201 y 202; y Platería Novohispana…, ob. cit., p. 62, OR/031, p. 101, OR/091, y p. 108, OR/105.
3. Cfr. J. Palomero Páramo, ob. cit., pp. 68-69, nº 8.