La elaboración de puntas de proyectil es una de las industrias más antiguas en América, sólo comparable por su antigüedad con algunas otras, cuyos rastros desaparecen con el paso del tiempo, como la cestería y los cordajes. Los vestigios más antiguos de presencia humana en el continente americano son, precisamente, puntas de proyectil. Como los pueblos mesoamericanos siguieron practicando la caza, y también la guerra, a lo largo de toda su historia, nunca dejaron de elaborar puntas de proyectil.
Las puntas que conocemos se podían utilizar de varias maneras: había algunas, de gran tamaño, que se utilizaban sujetándolas directamente con la mano, a manera de hachas; otras se colocaban en el extremo de lanzas o jabalinas que se arrojaban con lanzadardos o con la mano; las medianas y pequeñas eran colocadas en el extremo de flechas y dardos impulsados con el mismo lanzadardos y por medio del arco.
La obsidiana fue probablemente el material más utilizado por los pueblos mesoamericanos para elaborar instrumentos de corte, preferentemente navajas prismáticas. Estas navajas eran más útiles para la vida diaria (cocina, medicina, corte de cuerdas y pieles, etcétera.) que para la guerra, aunque a las “espadas” de madera sí se les colocaban navajas, de canto, para dotarlas de capacidad de corte. Los núcleos más pequeños de obsidiana, de los que ya no podían sacarse navajas, se tallaban para obtener puntas de proyectil. Otras muchas puntas se obtenían con diferentes materiales, como el sílex y el ónix.
Esta punta fue trabajada con un extraordinario detalle, y es semejante, por su técnica, a otras muchas puntas que se han rescatado de diferentes contextos arqueológicos, por ejemplo en Tlatelolco. El recorte y forma general de la punta se obtenían por medio de la percusión directa, golpeando con una piedra los bordes hasta lograr formar la silueta y adelgazar los bordes. Pero el acabado mismo y el filo logrado al final requerían de múltiples pequeñas percusiones. Para este trabajo más fino, era frecuente que se utilizara un agente intermedio, como podía ser un cuerno de venado, que amortiguaba cada golpe y permitía un lasqueado más delicado.
Nuestra pieza muestra un claro angostamiento o cuello que coincide con el área en que la punta era amarrada al asta. Después del cuello, en su base, la punta se ensancha considerablemente formando dos aletas. Estas aletas contribuían a darle estabilidad y dirección al proyectil. Ahora bien, ¿por qué nuestra punta es tan pequeña, apenas dos centímetros de largo? ¿Qué se puede matar con eso? En primer lugar existe la posibilidad de que se trate de una pieza no funcional, elaborada como parte del ajuar para una ofrenda u otro conjunto de objetos ceremoniales. Incluso sabemos de armas en miniatura utilizadas en rituales vinculados con el nacimiento y asignación de nombre a un recién nacido.
Existe otra posibilidad, por la que nos inclinamos: el gran esmero en la talla para lograr una punta cortante nos permite pensar que se trata de un proyectil que podía ser utilizado eficazmente en la caza. Todos los pueblos de Mesoamérica tenían un gran aprecio por las aves y por sus plumas. Para la caza de aves silvestres se utilizaban normalmente cerbatanas, el dardo se introducía en una larga caña y se impulsaba con un soplido. La caza con cerbatana en los bosques era una actividad común para obtener las valiosas plumas tan utilizadas en los atuendos mesoamericanos, pero también era una actividad recreativa a la que se dedicaban los grandes señores. Así, por ejemplo, el tlatoani mexica acudía a los bosques de las cercanías, como Chapultepec o Tacubaya, acompañado de sus servidores y protegido del sol con una especie de velo, y cazaba pájaros con su cerbatana. Es probable que esta punta, pequeña y ligera, haya sido hecha para atarse a uno de los pequeños dardos que se lanzaban por medio de la cerbatana.