Los objetos de hueso y concha fueron muy populares en Mesoamérica desde época temprana. Buena parte de ellos se tallaron y pulieron con el propósito de dar forma a una variedad de cuentas, pulseras de una sola pieza, dijes y pectorales, orejeras de tamaños distintos entre una infinidad de pequeños objetos destinados al arreglo personal. No habría persona que no los usara, que no se valiera de ellos en lo cotidiano.
Sin embargo, había piezas muy elaboradas, verdaderas obras de arte, cuya hechura era encomendada por los grupos privilegiados de la sociedad. Estos objetos no sólo formaban parte de sus complejos atavíos sino que servían para anunciar la singular importancia de quienes los mostraban sujetos al propio cuerpo. Así como en vida resultaban ser de uso imprescindible, al sobrevenir la muerte solían acompañar al cadáver en su sepulcro.
La pieza que es aquí de nuestro interés, un curioso anillo fabricado a partir de uno de los huesos largos de algún mamífero mayor, es ciertamente la mejor de las que custodia el Museo Amparo y no sería extraño que todas ellas hubieran sido encontradas juntas formando parte de una misma ofrenda funeraria. Es posible saber que estuvieron en alguna tumba porque –incluido el anillo que nos ocupa– conservaron remetido en las incisiones cierta cantidad de pigmento rojo que suele asociarse a los entierros de personajes de alta jerarquía y que por lo regular se esparcía sobre el cuerpo del difunto y encima de los objetos que participaban del ajuar funerario.
En este caso, el anillo hace propia la figuración de un rostro humano visto de frente. Los ojos tienen forma ovalada y la posición de las pupilas sugiere que se encuentra mirando de lado. Dos incisiones están por las pestañas. La nariz es de aspecto triangular y es especialmente ancha en la parte baja. La boca se muestra abierta, permitiendo observar una hilada de grandes dientes. Alrededor de la cavidad bucal se desarrolla una espesa barba representada por un patrón de incisiones resuelto con trazos paralelos. Sobre la frente, a modo de tocado, se aprecian las cabezas de dos serpientes que se dirigen en direcciones opuestas y cuyos cuerpos entrelazados bajan a ambos lados de la cara, terminando en flecos de grandes plumas.
La representación es francamente atípica, muy diferente a lo que podríamos esperar en Mesoamérica en cuanto a la decoración de esta clase de objetos. De hecho, es posible que en la mitad faltante del anillo continuara la ornamentación y que la pieza se encontrara enteramente calada como parte de la técnica empleada en su manufactura, siempre y cuando no repitiera –lo que parece ser mucho más probable– la forma que distingue a sus similares. Es decir, mucho más estrecha en lo que hace al cuerpo del anillo y sólo de mayores dimensiones en aquella parte del objeto destinada al ejercicio decorativo. Hay que decir que sólo la forma no facilita en nada su reconocimiento en términos de espacio y tiempo, no hay antecedentes de piezas semejantes. Sin embargo, hay algunos atributos que podrían ofrecer pistas concretas sobre su origen, aunque no por ello habrá que dejar de considerar la posibilidad de que en realidad se trate de una producción moderna que se ciñe a técnicas antiguas.
El primero de estos indicios es la existencia de una suerte de medallón que aparece colocado justo en el centro de la frente, un círculo que en su interior deja lugar a un símbolo que afecta la forma de una "X". La segunda de estas pistas, no menos importante que la anterior, es el manejo particular de los cuerpos entrelazados de los ofidios que dan forma al tocado a modo de que las cabezas se den la espalda, además del remate de las colas a manera de volutas adicionadas con un diseño específico de las plumas.
Esta clase de medallones, aunque indudablemente también se les conoce en el área maya, son hasta cierto punto comunes en un grupo de "cabecitas" de barro de la región de El Tajín, Veracruz, que además incorporan una perforación en la parte alta de la cabeza para permitir que fueran colgadas al cuello con la participación de un cordel. Son características del Clásico temprano (ca. 300-600 d.C.) que es justo la época en la que se desarrolla en esta parte del litoral del Golfo de México una compleja iconografía que tiene en primer plano la figuración de serpientes y cuyo estilo artístico se identifica a partir de estos mismos patrones de volutas.