Los dos anillos fabricados en hueso son, en muchos sentidos, un verdadero enigma. Incluso habría motivos suficientes como para dudar de su origen prehispánico. Los materiales orgánicos, entre ellos el hueso, pueden ser sometidos a análisis de laboratorio -Carbono 14- con el propósito de establecer su antigüedad expresada en términos absolutos. Sólo en posesión de estos resultados sería posible desterrar definitivamente cualquier sospecha sobre su elaboración moderna. Aunque estos análisis quedan todavía por hacerse, no es imposible tenerlos inicialmente como objetos producidos en el contexto de la civilización de Mesoamérica. En buena medida porque al consolidarse una vez llegados a las bóvedas del Museo no se retiraron de la superficie el pigmento rojo y la totalidad de la tierra que alguna vez los recubrió.
Piezas como éstas suelen aparecer formando parte de contextos funerarios, servían para adornar el cuerpo de los difuntos, y esta última condición podría cumplirse aquí puesto que era usual cubrir con polvo rojo a los individuos inhumados cuando pertenecían a clases privilegiadas de la sociedad. Por otro lado, la tierra que se mantiene adherida a los anillos por el uso moderno de alguna sustancia consolidante, parece coincidir con las características físicas de los suelos propios de las llanuras costeras del país.
Aunque habría que practicar una batería específica de análisis de laboratorio para confirmar su clasificación, la textura y el color de la tierra hace pensar en un típico Horizonte B relacionado con los bosques tropicales. Es decir, se trata de suelos que se desarrollan a cierta profundidad y que vuelven a señalar la relación de estos objetos con el ajuar funerario de una antigua tumba.
Ambos anillos podrían venir de una misma ofrenda funeraria y comparten procedencia con aquellos registrados en el Museo con los números de inventario 1690 y 1691. Como ocurre con sus similares, fueron tallados en huesos largos tomados del esqueleto de mamíferos mayores. Aunque comparten la misma forma, la decoración es distinta y difícilmente se ajusta a iguales patrones estilísticos por más que se trate de rostros humanos vistos de frente. Aunque idénticos en tamaño, las proporciones de ambas caras, como la de los tocados es totalmente diferente. En realidad sólo comparten el haber sido fabricados de igual modo, con la misma técnica, y sus decoraciones dibujadas con incisiones practicadas con la ayuda de un punzón muy agudo.
Por lo demás, en lo que hace a la ornamentación, siguen aparentemente rumbos desiguales. En un caso, el rostro es enorme con relación al que exhibe su compañero, apenas asoman las plumas del tocado en la parte alta de la cabeza y las orejeras a los lados de la cara. La construcción del rostro es en parte similar a la que se observa en el ejemplo con número de inventario 1690, por lo menos en lo que hace al diseño de la nariz y la boca dada su composición a manera de triángulo, pero los ojos se hallan dispuestos en ángulo con las cejas levantadas.
El otro anillo reserva menos de una tercera parte de la superficie disponible para alojar la cara del personaje, mientras que el tocado recibe la mayor atención en lo que hace a motivos decorativos. El complejo atuendo se alza sobre la frente, construido en varias secciones horizontales que a los lados acaban en grandes volutas. En el centro se observan tres rectángulos, uno encima del otro, que terminan en un manojo de plumas cortas. Los rasgos del rostro se forman a partir de incisiones rectas, los ojos son rectangulares, abultados y carentes de pupilas. Interesante es la relación estilística que puede establecerse entre el arreglo decorativo de este último anillo y el que exhiben sus similares con número de inventario 1691.