Aunque la escultura en piedra alcanzó una evidente notoriedad, lo mismo puede decirse de las asombrosas tallas en concha marina que se popularizaron en distintos rumbos de Mesoamérica. Caracoles y conchas sirvieron desde época muy temprana para la fabricación de amuletos y de los más diversos collares. Unidas por un cordel, las valvas podían sólo perforarse en su extremo dorsal para lucirlas completas, pero también era frecuente que el centro de los caracoles se tallara a manera de cuentas o de placas, circulares o rectangulares, y se sumaran en los collares a otras fabricadas con piedras duras. Eran adornos que se portaban sobre el cuerpo como prenda de distinción social.
Hubo tal comercio de conchas marinas en el período prehispánico que ni aun estableciendo su origen en alguna de las costas de nuestro país podríamos tener idea sobre el lugar de su manufactura. Habrá que comenzar por decir que entre ellas destacan las trabajadas en la Huasteca, verdaderas obras de arte que se fabricaron en los litorales del norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas. El número de sus ejemplos definitivamente no es menor en las colecciones del Museo Amparo y es por esta razón que no debería sorprendernos en principio que estos adornos hubieran sido encontrados en estos territorios cercanos al mar formando parte del ajuar funerario de una tumba con un contenido a todas luces excepcional.
En efecto, varios de estos discos de concha calados en el centro de cada pieza conservan todavía adheridas ciertas cantidades de un polvo rojo de características similares al esparcido en la antigüedad sobre el cadáver y la ofrenda que lo acompañaba. Se trata de conchas muy gruesas de aspecto más bien rugoso pero con un brillo nacarado extraordinario en el interior que las hacía ser sumamente apreciadas en aquellas épocas a pesar de que este singular lustre prácticamente ha desaparecido con el paso de los siglos.
Hoy pueden admirarse cuatro de los seis discos que llegaron juntos al Museo, tres de ellos incorporan una serie de perforaciones dispuestas de manera simétrica, dos arriba y dos abajo, mientras que el último de estos objetos presenta cinco orificios en total. En su mayoría son cónicos y pudieron servir para incrustar pequeñas piezas elaboradas en piedras semipreciosas aunque también es posible que su propósito fuera el permitir que se cosieran a un lienzo teniendo en cuenta la cantidad de estos pequeños discos de concha y la siempre presente posibilidad de que hubiera muchos más de ellos en el contexto de la tumba de donde provienen.
No es imposible que otras piezas de hueso y concha que componen actualmente los inventarios del Museo Amparo hubieran acompañado a estos mismos objetos en el depósito funerario donde fueron hallados, brazaletes y anillos que se exponen por separado y que dada la historia de las colecciones arqueológicas del Museo es muy probable que fueran hallados -ya lo hemos dicho- en la Huasteca, quizá en la cuenca del río Pánuco, lugar de donde procede un número significativo de los objetos en posesión del Museo.