"Ay en esta tierra muchas maneras de conchas, de que usan estos naturales por cosa preciosa llamanlas Atzcalli (Caja de obsidiana del agua) son de diversas maneras y de diversos colores, son de pescados mariscos que en ellas se crían; ay unas coloradas, otras blancas, otras amarillas; otras de diversos colores; a estas llaman quetzal atzcalli, o chalchiuhatzcalli".
(Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, 1975).
Las conchas marinas y los caracoles de mar, fueron en la época prehispánica símbolos por excelencia del agua. Participaban en complejos rituales y se vinculaban con los dioses de la lluvia, con el nacimiento de los seres humanos y con el arranque inmemorial de los antiguos linajes de gobernantes; solían llevarse colgados en el cuello o formando parte de elaboradas prendas, sirvieron desde época muy temprana para la fabricación de amuletos y de collares.
Unidas por un cordel, las valvas podían sólo perforarse en su extremo dorsal para lucirlas completas, pero también era frecuente que el centro de los caracoles se tallara a manera de cuentas o de placas -circulares o rectangulares- y se unieran en los collares incorporando otras fabricadas con materiales distintos. Lejos de ser adornos exclusivos de las mujeres, solían portarlos los varones como prenda de distinción social. Aunque fueron trabajadas en los más diversos lugares del territorio nacional, ciertamente destacan las que se labraron en la Huasteca, verdaderas obras de arte que se fabricaron en los litorales del norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas.
Estas piezas son dos placas perfectamente circulares -cortadas y pulidas- elaboradas sobre conchas marinas. Una de ellas presenta una perforación junto al borde con el propósito de coserla a un soporte o de unirla con alguna pieza de ornato. Aunque puede haber formado parte de un antiguo collar, era usual que en estos casos se practicaran dos perforaciones paralelas para asegurar que la placa guardara la misma posición del resto de las cuentas del collar. Aunque suelen llegar a nosotros como parte de ricas ofrendas, es impracticable determinar su lugar de procedencia. De hecho, hubo un activo comercio de conchas marinas en la época prehispánica y ni aun estableciendo su origen marino podríamos especular con bases sobre el lugar de Mesoamérica donde se fabricaron.