La obsidiana fue una de las principales materias primas de Mesoamérica y quizá la de mayor valor estratégico. Este vidrio de origen volcánico se encontraba en abundancia en diversos yacimientos, no muy numerosos. Entre ellos, los principales estaban en Cempoala y Pachuca (Valle de México), en Zinapécuaro (Michoacán), en Matacapan (Golfo) y en Guatemala. El control de los yacimientos y la distribución de la obsidiana parece haber sido parte de la estrategia imperial de grandes estados como el teotihuacano y el mexica. La obsidiana era indispensable para la producción de navajas y también era uno de los materiales empleados para elaborar puntas para lanzas y flechas, así como cuchillos.
Las navajas de obsidiana tenían un filo extraordinario, similar o superior al de una moderna navaja de afeitar. Ese filo no se obtenía con el pulimento de los bordes sino de manera natural, por así decirlo. Las navajas se desprendían de un núcleo por medio de un golpe en su base. Aunque la forma y dimensiones de las navajas se controlaba en virtud del tamaño del núcleo y de la técnica de percusión, cada navaja era una astilla de vidrio, y por lo tanto tenía un gran filo.
Las navajas se utilizaban para tareas como cortar frutos y preparar animales, empezando por el corte de la piel. Se empleaban en el proceso de seccionar y destazar animales y víctimas sacrificiales también. Para la fabricación de armas, las navajas se colocaban en el contorno de paletas o “espadas” de madera y también en las puntas de madera de algunas lanzas. El filo de estas armas era tan agresivo que obligó a los conquistadores españoles a utilizar los mismos chalecos de algodón comprimido que usaban los indios para protegerse. También algunos cortes y punciones realizados por los sacerdotes para hacerse sangrar algunas partes del cuerpo, como parte de sus rituales, se realizaban con navajas de obsidiana.