Las conchas de mar y los caracoles marinos fueron desde tiempo inmemorial los símbolos por excelencia del agua. Participaban en complejos rituales y eran la expresión simbólica de una ideología que los vinculaba con los dioses de la lluvia, con el nacimiento de los seres vivos y con el arranque de los antiguos linajes de gobernantes de Mesoamérica.
Todo aquello que se encontraba relacionado con ambientes acuáticos, con el origen de la vida, pasaba por la forma de estos poderosos símbolos. De hecho, las conchas sirvieron desde época muy antigua para la fabricación de collares, quizá por reconocer en ellas los valores propios de un talismán, una suerte de amuleto al cual se le asignaban valores mágicos.
Unidas por un cordel, las valvas podían sólo perforarse en su extremo dorsal para lucirlas completas, pero era frecuente que la parte central de los caracoles se tallara a manera de cuentas –circulares o rectangulares– y se unieran en los collares incorporando otras fabricadas en hueso o en piedras duras.
El magnífico collar que aquí nos ocupa se halla conformado por 27 cuentas, algunas un poco más pequeñas que las otras, que rematan en una suerte de broche fabricado en hueso. Lejos de ser un adorno exclusivo de las mujeres solía usarse por los varones como prenda de distinción social. Es muy común que se acompañara con brazaletes y suele aderezar el cuerpo sin vida de los individuos inhumados prácticamente en toda Mesoamérica. Su valor simbólico y su indudable función como objetos suntuarios hizo de las conchas marinas motivo de comercio a gran escala.
No es raro hallar ejemplos recolectados en las costas del Pacífico en ajuares funerarios del Golfo de México o inclusive en el Caribe mexicano. Aunque fueron trabajadas en los más diversos lugares del territorio nacional, ciertamente destacan las que se labraron en la Huasteca, verdaderas obras de arte que se fabricaron en los litorales del sur de Veracruz y el norte de Tamaulipas, además de piezas de hechura sorprendente procedentes de los más diversos sitios del área maya.
Además de toda clase de cuentas, pectorales, brazaletes y orejeras de concha también se elaboraron con los grandes caracoles de mar una suerte de trompetas. Hermosos instrumentos de viento que se obtenían al cortar el extremo distal del caracol (ápex) y así obtener un orificio donde soplar, aunque también los hubo con orificio de soplo lateral. El gran caracol atlántico del género Strombus fue el comúnmente utilizado para dar forma a estos instrumentos musicales de gran sonoridad que bien podían decorarse en el exterior con toda clase de símbolos y figuraciones.
Los ejemplos de ellos, encontrados en las excavaciones arqueológicas del Templo Mayor de la Ciudad de México, en Teotihuacán y en varios sitios arqueológicos del área maya seguramente son los mejor conocidos.