En Mesoamérica, la orfebrería se desarrolló un poco tardíamente, su inicio se ubica hacia el siglo VIII de nuestra era. Al igual que el día de hoy, el oro era un material muy apreciado en la época prehispánica. Se elaboraban diversos objetos preciosos de oro. Fray Bernardino de Sahagún nos habla de los ornamentos de oro que llevaban los gobernantes indígenas en la fiesta religiosa de canto y baile.
Las ajorcas, las orejeras, el bezote, los collares, los colgantes y las espinilleras eran de oro, asimismo, llevaban una banderilla de oro rematada de plumas ricas en una mano. Usaban las sonajas de oro y las conchas de tortuga hechas de oro. Traían una máscara de mosaico con penachos de oro y cabelleras. De la misma manera describe minuciosamente el atuendo ricamente ornamentado de oro cuando iban a la guerra. Estas piezas de oro con incrustación de turquesa y de cristal de roca son unos ejemplos que nos hacen a imaginar los bellos atavíos de los nobles indígenas de aquella época.
Gracias al padre Sahagún, sabemos en detalle de la forma de trabajo de los orfebres nahuas. Empleaban básicamente dos técnicas, una es el martillado o batido y otra es la cera perdida. La primera consiste en martillar con una piedra una barra de oro para hacerla delgada como papel. También se utilizaba la técnica repujada para crear algunos diseños sobre una lámina.
La segunda técnica es la fundición a la cera perdida. Por medio de un molde se obtenía la figura deseada. Era una técnica muy elaborada por lo que se consideraba que los orfebres que empleaban esta técnica eran verdaderos artistas y se les otorgaba el nombre de “tolteca”, que era el título de artista por excelencia. Su dios patrono es Xipe Tótec, “Nuestro Señor el Desollado”, dios de la primavera y de fecundidad.
Los orfebres y los plumarios tenían una relación muy estrecha, ya que cuando producían una obra en oro, los plumarios diseñaban los dibujos y los orfebres los grababan. Fueron dos tipos de arte muy apreciados por los indígenas mesoamericanos.