Las flautas del Occidente de México y en particular las de Colima se distinguen por una larga cámara tubular con cuatro orificios de digitación; ésta cuenta con ciertas características para lograr expresividad en la ejecución. Una de las principales consiste en la cámara tubular que permite el desglosamiento de sonidos armónicos sin saturar el sonido.
Gonzalo Sánchez
Por la ausencia de toda decoración y las dimensiones comunes a la mayoría de las flautas, ya sin contexto arqueológico, no se pueden precisar la cultura, la región o la temporalidad de esta tlapitzalli o flauta. Nos viene a recordarnos que la flauta desde los inicios de Mesoamérica y probablemente mucho antes, acompañaba con su música muy diversos aspectos de la vida de antaño, como todavía ahora en numerosas ceremonias tradicionales de México y en general de las comunidades indígenas del continente americano.
Entre los distintos materiales que fueron utilizados, el barro cocido permitió su conservación aunque hay pocas esperanzas de que un día investigaciones muy especializadas permitan acercarnos a la música que producían. Se han encontrado representaciones de la flauta en muy variados soportes, en esculturas, en pintura mural y en arte rupestre en todo lo ancho del territorio. En ciertas culturas del septentrión mesoamericano y del actual suroeste de los Estados Unidos, el flautista ha llegado a tener un papel singular como personaje mítico y como oficiante destacado.
En Tenochtitlan, el sonido de la flauta estaba indisolublemente asociado al dramático destino del cautivo de guerra destinado al Tóxcatl. Esta ceremonia marcaba el final del año durante el cual el joven había encarnado al dios Tezcatlipoca y se había paseado por la ciudad tocando la flauta. El último día, subía a la pirámide rumbo al sacrificio tocando flautas de barro y rompiéndolas en su ascenso hacia la transfiguración.
Marie-Areti Hers