El metal conservó la huella de la tela en la cual estuvo envuelto durante siglos. El hecho de que se protegió tan cuidadosamente y que se conservó en buenas condiciones parece indicar que la pieza provino de un contexto funerario. En el Posclásico tardío, el uso de aleaciones de cobre con arsénico o con estaño para obtener el bronce permitió la creación de herramientas eficientes de múltiples usos.
En este caso, podría tratarse de una azada o un cuchillo. Pero como en estos tiempos las herramientas de metal estaban todavía muy lejos de reemplazar masivamente a las de piedra, es probable que el personaje que recibió esta ofrenda no fuera un simple labrador sino alguien dedicado a una actividad de gran prestigio.
Pensemos en particular al encargado de la colecta de las preciadas conchas rojas de Spondylus en la costa del Pacífico. Además de saber bajar en apnea a grandes profundidades, por medio de un cuchillo, el especialista debía desprender con presteza, fuerza y delicadeza el bivalvo para no romperlo y no tardar bajo el agua sin respirar. Es precisamente con un instrumento de forma similar a la presente obra que se representa en el antiguo arte peruano el recolector del Spondylus cosechando este bien de alto valor simbólico, el famoso Mullu.
Mullu y bronce tuvieron una estrecha relación cuando, a partir del siglo X, el uso generalizado de las eficientes herramientas de bronce dieron a los dirigentes del norte del Perú una prosperidad inaudita que propició un aumento exponencial del uso del símbolo por excelencia de poder, el alimento predilecto de los dioses: el Spondylus. Para proveerse de esa riqueza, se abrieron nuevas rutas de exploración y de comercio marítimo, más allá de las costas ecuatorianas, alcanzando costas mesoamericanas, y entrando en contacto en particular con el imperio tarasco, y transmitiendo en el camino los secretos de la metalurgia del bronce.