Esta hacha pertenece al segundo período de desarrollo de la metalurgia mesoamericana cuando, a partir del siglo XIII, probablemente bajo el influjo de intercambios marítimos con el mundo andino, se transmitieron técnicas avanzadas de aleaciones que permitieron crear nuevas formas y objetos más resistentes y por ende más eficientes.
En este caso, esta hacha de bronce siguió en su manufactura varios pasos, empezando por el fundido en molde, seguido del trabajo en frío para endurecer y afinar el filo y otro paso por el fuego. Se alcanzó así un objeto resistente útil para el leñador. En este caso, es probable que se tratara de un leñador integrante de un gremio de alto rango.
La Relación de Michoacán relata que el rey tarasco tenía en su corte leñadores encargados específicamente de proveer la leña para las hogueras de los templos que no podían extinguirse nunca. También en esa época, en diversas partes de Mesoamérica así como en la costa ecuatoriana y en el norte del Perú se hacían hachas más pequeñas y delgadas que servían como moneda de intercambio, lo que viene a reforzar las evidencias de que los avances en el arte de la metalurgia fueron frutos del comercio marítimo.