La pintura mural fue una importante manifestación plástica en casi todas las culturas mesoamericanas, sin embargo, en la actualidad pocos ejemplos se conservan debido a su fragilidad, a daños en la edificación donde se encuentra, a factores naturales y a agresiones sufridas por parte del hombre.
En las ciudades prehispánicas el exterior de los edificios se cubría de uno o más colores y quizá también hubo escenas, pero casi todo se ha perdido y ahora únicamente es visible la piedra con la que se edificaron. Las pinturas que más han perdurado son las de los interiores de las construcciones que ocuparon diversos espacios arquitectónicos, como son muros, jambas, tableros, talud, dinteles. Los murales se pintaban sobre una capa de estuco (cal y arena) mezcla de la que resulta un color blanquecino, se alisaba y bruñía y sobre este aplanado se dibujaban las figuras que formarían la escena.
En los murales que se localizan en varios sitios prehispánicos se aprecia en las imágenes el estilo y la iconografía del grupo cultural al que pertenecen. Acontecimientos históricos, figuras simbólicas, deidades, rituales religiosos, eventos celestes, calendario, escritura, son algunos de los variados temas que se representaron en las pinturas. Asimismo, en cuanto al color, en ciertas regiones se utilizó una extensa policromía y, en otros, se observa en los murales monocromía o bicromía. En la mayoría de los casos los pigmentos fueron de origen orgánico y se usaron aglutinantes para que los colores se fijaran al aplanado.
En este fragmento de un mural se utilizó solamente el color rojo, hecho a base de hematita (óxido de fierro sobre un tono amarillento que se aplicó de fondo, pero que a la vez se aprovechaba como otra tonalidad) así podemos distinguirlo en el cuerpo y en los atuendos de las figuras. En la escena hay dos personajes, el de la izquierda está de perfil con los brazos estirados al frente con un ave también de perfil; en su complejo atuendo hay varios elementos con un fuerte contenido simbólico. El de la derecha tiene cuerpo humano, no obstante, el rostro es una calavera con una serpiente en la parte de enfrente, y surgen de arriba de su cabeza volutas y, una de ellas, remata en una flor.
Arriba de esta figura, se distinguen once círculos dispuestos en escuadra, probablemente sea un numeral y cada círculo tendría el valor de uno. Dos cráneos se ven frente a la rodilla de este último personaje y, otro más, adelante del primero del que también emergen de la parte superior volutas y de la posterior, plumas. Ciertos elementos dentro del programa iconográfico se reconocen como símbolos de sacrificio, tales como los propios cráneos, la serpiente y, además, la posición de las piernas del segundo personaje indican que está bailando, lo que acentúa el hecho de que se trata de la celebración de un ritual relacionado con el inframundo y la muerte. La postura de los personajes, los trazos ondulados y precisos de las formas, hacen que sea un estilo dinámico y con movimiento.
Por las dimensiones de nuestra pintura podemos suponer que dentro del espacio arquitectónico ocupó algún muro, sin embargo, no se ha precisado su procedencia y al carecer de datos arqueológicos hace más difícil situarla como propia de una cultura, no obstante, algunos rasgos del estilo se asemejan a los de la Costa del Golfo. Los elementos descritos formaron parte del repertorio de imágenes representadas en distintas manifestaciones artísticas sobre todo durante el Clásico tardío y el Posclásico.