La calabaza ha sido una de las principales fuentes de alimentación de las culturas mesoamericanas. Junto con el maíz y el frijol, es lo que se siembra en la sementera, milpa o parcela, y por ello es una planta fundamental de la dieta de estos pueblos. Su cultivo y domesticación se inicia tempranamente. La bióloga Emily Mc Clung destaca que se pudieron haber dado domesticaciones independientes de dos tipos de calabaza silvestre; uno que entrelaza el nordeste de México con el este de los Estados Unidos, el otro que abarca del occidente de México al suroeste de ese país, y su origen y domesticación nos hablan de los procesos del desarrollo de las actividades de subsistencia de los pobladores de la región.
Esta escultura nos remite a mucho más que la labor de domesticación de la calabaza, da lugar para mencionar las esculturas exentas de calabazas labradas de forma naturalista en finas piedras semipreciosas, por ejemplo la realizada en diorita verde que alberga la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología y se vincula con una serie de representaciones que aparecen en época tardía en la zona central del país, donde como parte de las prácticas rituales se depositaban de igual modo en las ofrendas esculturas de personajes que cargan productos y alimentos que les eran importantes a los hombres nahuas, por ejemplo la escultura de un hombre que carga una vaina de cacao o aquella de un personaje que carga una calabaza muy parecida a ésta.
Sus características forman parte de los estilos del Posclásico cuyo tratamiento de la forma usa trazos esquemáticos, mientras acentúa el naturalismo. Las formas de la piedra que combinan las técnicas de relieve, bajorrelieve y abrasión, tratan un tema relativamente frecuente en el arte mesoamericano. El rostro del hombre que carga la calabaza es el de un joven en cuclillas que se encuentra vestido en un sencillo máxtlatl. Porta un elaborado tocado de forma asimétrica que representa papeles plegados y doblados, que cuelgan en largas tiras que caen a sus espaldas, así como una máscara sobre la cabeza. Si bien el rostro de la escultura difícilmente nos permite reconocer la identidad y filiación del personaje, la máscara permite pensar que está ligado a una deidad acuática muy antigua de Mesoamérica, generalmente conocida por su nombre en náhuatl: Tláloc.
Por tanto, podría tratarse de una imagen de culto ligada a los poderes del agua que se conjugaban bajo la representación de seres con atributos y máscaras fantásticas que reflejan la fuerza expresiva de sus creadores. La expresión de esta escultura se consigue por el volumen del soporte, la utilización del espacio disponible, y debido a los intercambios de luz y sombra, y demuestra la facultad de los artistas de dar a los detalles de la escultura el aspecto más vital del culto ligado al dios del agua. La escultura del hombre que porta una máscara del dios del agua y que sostiene la calabaza es uno de los tlaloques, uno de los ayudantes del dios del agua, que habitaba en el Tlalocan, lugar donde estaban los dioses que proveían de este líquido vital. Los tlaloques estaban encargados de fertilizar la tierra, y se corresponden con un aspecto del significado general de Tláloc al que se le consideraba responsable de las lluvias y, por lo tanto, protector de las sementeras en las que se sembraban las calabazas.