Los metales aparecen muy tarde en Mesoamérica y, cuando finalmente lo hacen, nunca asociados con la fabricación de herramientas, por lo menos no de manera importante. De hecho, es posible que su uso se reservara para producir cascabeles de uso ritual y toda clase de piezas relacionadas con el arreglo personal de individuos pertenecientes a los estratos privilegiados de la sociedad. Es curioso que la metalurgia –como ocurrió en otros lugares del mundo–no experimentara de manera formal con la elaboración de herramientas cotidianas, como son hachas y punzones, los que ciertamente hubieran terminado por desplazar a los instrumentos de piedra. Todo indica que hubo motivos muy poderosos para no hacerlo, quizá razones de orden ideológico que impedían su uso en actividades de la vida cotidiana.
El hecho concreto es que las piedras duras nunca fueron desplazadas por el metal como materia prima de una industria que se haría cargo en toda época de la fabricación de los implementos de trabajo requeridos por los pueblos del México antiguo. Es posible suponer que las civilizaciones de Mesoamérica hubieran terminado por hacerse de herramientas de cobre si es que el proceso no hubiera sido interrumpido abruptamente por la Conquista de México.
De cualquier forma, las hachas de piedra como la que aquí se exhibe, las navajillas de obsidiana y los implementos de basalto fueron capaces de satisfacer la demanda de instrumentos de trabajo que acompañó la construcción de la civilización prehispánica de México y Centroamérica. Las hachas de piedra finamente pulida se hicieron a partir de materiales muy diversos. Este ejemplo, fabricado en una piedra negra veteada, tiene la forma típica de aquellas que se usaron en las actividades de campo.
Enmangadas con madera servían para desmontar la vegetación de las parcelas agrícolas, para hacerse de la leña requerida en los fogones cotidianos y para obtener los postes de madera indispensables en la construcción de los alojamientos. Distinto a lo que pudiera pensarse de inicio, estas herramientas eran sumamente durables. Ciertamente se desafilaban con el uso, pero una vez retocadas, reavivado el filo, volvían a ser igualmente útiles.
No hay que perder de vista que toda la madera usada en la edificación de las ciudades de Mesoamérica, que de ninguna manera fue poca, cayó al suelo y fue preparada precisamente con ayuda de estas hachas de piedra. Este magnífico ejemplo, no muy común en lo que hace a la materia prima, en realidad puede venir de cualquier lugar de México y corresponder a épocas muy distintas puesto que las piedras duras –tan necesarias para la elaboración de herramientas– fueron objeto de actividad comercial a lo largo de los siglos. Además, desde tiempos muy tempranos, se fabricaron hachas con jade, además de otras piedras semipreciosas, que se usaron en toda Mesoamérica en rituales o en contextos funerarios.