Las sociedades preindustriales, y las sociedades antiguas especialmente, dedicaban a sus instrumentos de trabajo una enorme atención. Los fabricaban manualmente y se ocupaban de su calidad, de su diseño, de su ornamentación y acabados. A tal punto que, en ocasiones, nos cuesta trabajo distinguir un objeto ornamental de un instrumento de trabajo. Desde entonces estaba vigente, por cierto, un principio que el diseño moderno reconoce: la necesidad de hacer compatibles la funcionalidad y la belleza del objeto. Esto puede decirse de hachas, de algunas plomadas, puntas de flecha y de otros utensilios como este machacador de piedra.
No conocemos suficientemente a fondo la historia de los machacadores como para distinguir rasgos de las diferentes etapas. Aparecen en contextos del período Clásico y se siguen usando hasta tiempos de la conquista. De hecho, en las zonas donde se fabrica el papel indígena en la actualidad, los machacadores no han dejado de usarse.
El papel indígena, llamado en náhuatl amatl y castellanizado amate, se hacía con las fibras largas y resistentes que forman la corteza de algunos árboles del género ficus. Estas tiras de corteza se ponían a remojo con cal, hasta que se tornaban blandas y jugosas, casi habría que decir chiclosas. Se sacaban del agua y se escurrían un poco; luego se colocaban sobre una piedra plana, tira por tira, formando una retícula con cuadros de unos cinco a diez centímetros de lado. Es decir que las tiras se intersectaban en ángulo recto unas con otras, y quedaba un espacio entre ellas. Entonces venía el procedimiento de machacar, con el propósito de que las fibras se fueran haciendo planas y anchas hasta que los cuadritos vacíos de la retícula se llenasen con el avance de la pulpa en ambas direcciones. Y esto es lo que se hacía con machacadores como la pieza que comentamos.
La canaladura redondeada que observamos en el canto del machacador servía para sujetarlo con una cuerda, cuyo cabo servía de mango. El artesano sujetaba el mango y golpeaba con fuerza las fibras con el machacador sobre la mesa de piedra hasta que la trama se cerraba e iba quedando una plasta homogénea de papel.
Las líneas incisas en el machacador, tanto las diagonales como las paralelas de la zona central tenían la función de dejar fluir los jugos, pues cada golpe exprimía las fibras todavía mojadas. Si el machacador hubiera sido liso, la plasta se habría adherido con cada golpe y se habría levantado, impidiendo la formación de la pasta.