Hachas, yugos y palmas, esculturas de pequeño formato que encuentran sus más tempranos antecedentes en objetos de época olmeca, se extendieron por buena parte del sur de Mesoamérica durante el período Clásico. Asociadas con el juego ritual de la pelota, de enorme importancia en la civilización de El Tajín, se les encuentra formando parte de la ofrenda de diferentes tumbas, como ocurre en la región de Coatepec, en Napatecuhtlán, al pie del Cofre de Perote y en varios sitios de la costa central veracruzana que incorporan el estilo artístico propio de El Tajín -los "entrelaces"- y el sistema de signos propio de esta antigua civilización.
Para el siglo IX de nuestra era ya estarán presentes en las selvas de Chiapas, en la Península de Yucatán y hasta en Centroamérica. Se les ha encontrado en sitios tan distantes como son Tazumal en El Salvador y Copán en Honduras. Íntimamente relacionadas con el sacrificio humano y frecuentemente requeridas en las ceremonias funerarias celebradas en honor de aquellos individuos que en vida ocuparon posiciones destacadas en la sociedad, también pueden asociarse con ofrendas de naturaleza distinta. En un rancho del poblado de Banderilla, no lejos de la ciudad de Xalapa, Arellanos y Beauregard recuperaron dos magníficas palmas labradas en piedra basáltica; se hallaban ritualmente "matadas" dentro de una oquedad practicada directamente en el suelo, misma que sirvió para quemar "…materiales perecederos [probablemente resinas de olor] que produjeron bastante carbón"(1986).
Muchas de estas pequeñas esculturas, sin importar el lugar de su actual procedencia, probablemente fueron cuidadosamente labradas en las montañas de Veracruz y Puebla, en territorios directamente controlados por la ciudad de El Tajín, pero también las hay talladas en piedras locales a modo de imitación de las primeras. Es por ello que no debemos sorprendernos al comprobar que igualmente se fabricaron en el sureste mexicano incorporando en ellas el estilo artístico del mundo maya e inclusive adicionándoles glifos venidos de su propio sistema de signos.
Si bien es cierto que son raras, tampoco son pocas las piezas de este grupo escultórico halladas en antiguas ciudades mayas. El hacha que figura en la colección del Museo Amparo no sólo se suma a otros ejemplos conocidos de Palenque o de Ceibal (Guatemala), sino que constituye una de las piezas más destacadas en su tipo por razón de la calidad artística de la talla, un rostro solucionado en perfecta armonía con el estilo artístico maya del período Clásico, y por la manera de acoplarla a las exigencias formales de esta clase de objetos rituales.
Su hechura, el estilo del rostro, sugiere que pudo haber sido labrado en la región del Usumacinta (Palenque) o incluso en la cuenca del Río de la Pasión (Guatemala), de donde procede otra hacha de características muy similares. Es necesario advertir en el contexto de la cultura material del Petexbatun los cambios que se incorporan en la producción iconográfica del siglo IX d.C., mismos que se irán acompañando de un cierto rompimiento con los cánones estéticos propios del período maya Clásico y de elementos hasta entonces desconocidos en la escultura local, de una serie de temas nuevos como sin duda es el cómputo de los ciclos sinódicos de Venus, que en Ceibal se asocian con las representaciones de varias generaciones de gobernantes cuya fisonomía en la piedra también los revela como de origen "extranjero" o por lo menos como portadores de un modelo cultural foráneo.
Es este breve resurgimiento de la civilización local que en términos cronológicos corresponde a la fase Bayal (ca. 830-930 d.C.) se acompaña de toda una serie de cambios e innovaciones de la cultura material entre los cuales figura la adquisición e inclusive la reproducción de este complejo de esculturas de pequeño formato fuertemente vinculadas con la cultura de El Tajín.