El Epiclásico, el período final de la civilización de El Tajín, suele hacerse coincidir en la región con la cultura material de los años 900 a 1100 de nuestra era. La representación de eventos que lo caracterizan en la región puede no ser siempre igual dependiendo de los yacimientos arqueológicos en estudio; no sólo hay obvias diferencias entre El Tajín y las ciudades del interior, sino que también puede haberlas dentro de la misma urbe. El asunto va mucho más allá de los contrastes atribuibles a la naturaleza de los yacimientos arqueológicos, se trata en realidad de un problema de representación fina ligado con lo específico de los eventos que tomaron lugar en cada uno de los diferentes ámbitos de la ciudad y no sólo con la diversidad de objetos que -por otro lado- es signo inequívoco de El Tajín durante el Epiclásico.
Hay una indudable revolución en el pensamiento simbólico de la élite local, que se manifiesta en los más distintos soportes a través de un estilo artístico que sin proponerse romper con sus orígenes busca imprimirle un sello particular a las expresiones artísticas de la época. Esta nueva experiencia cultural pone a la vista el conjunto de modificaciones culturales que se desprenden de una nueva ideología del grupo dominante que habrá de colocar a Tlahuizcalpantecuhtli, una advocación guerrera del planeta Venus, y a Tláloc en el centro mismo del culto. Estos dioses de naturaleza complementaria y cuyo culto se extiende entonces por buena parte de Mesoamérica, no condicionaron la extinción de prácticas religiosas más antiguas que a nivel de entidades divinas adquirían formas de animales o de verdaderos “monstruos”, criaturas irreconocibles construidas con partes distintas de sus cuerpos.
El estilo artístico era un poderoso unificador de las expresiones plásticas e ideológicas de la antigua civilización de El Tajín. Esta escultura es precisamente una de estas figuraciones de animales divinizados de origen muy antiguo pero que conservan en el Epiclásico una indudable función ideológica. Es imposible determinar el lugar de su procedencia aunque ciertamente se hallaba inscrito entre la montaña de Puebla y el norte de la llanura costera del Golfo de México, territorios sobre los que en la antigüedad El Tajín ejerció influencia política.
Estilísticamente la pieza indudablemente se afilia con esta última civilización del México prehispánico, un jaguar que cobró particular importancia como símbolo de poder entre los gobernantes; llama la atención que fue diseñada para “encajarse” sobre un elemento arquitectónico, a manera de almena, o sobre otra pieza de piedra a modo de completar una representación de mayor riqueza visual y complejidad simbólica. Los jaguares fueron signo por excelencia de los gobernantes y aunque hasta ahora no sabemos de otra escultura de características similares, esto no significa que no las pudiera haber de manera regular en ámbitos reservados a la clase política de El Tajín.