Se trata de una vasija globular con una abertura circular, cuya circunferencia es de menor tamaño que la base. Posee un borde de media ojiva de paredes convergentes, las cuales conectan con el resto del cuerpo. En esta zona, existe un pequeño faltante que nos permite observar el color café de la pasta, así como los desgrasantes utilizados al momento de su manufactura concernientes a materia orgánica y feldespatos.
La característica más importante de la pieza es el vertedor que ostenta en la parte superior del cuerpo, elevándose casi a la altura del borde. Colocado como aplicación, su forma es circular y hueca, mientras que su posición es ligeramente ondulante.
El botellón presenta un engobe del mismo tono que la pasta, con un pulimiento medio, pero homogéneo que le cubre. La monocromía del recipiente, supone una cocción controlada, seguramente resultado de su colocación en un horno cerrado. Es posible observar algunos moteados de tono rojo sin un patrón determinado que suponen un salpicón.
Por la forma y sus características, estamos frente a una vajilla de mesa utilizada para contener líquidos que además, pueden verterse de manera controlada. Tanto en el mundo prehispánico, como en el ibérico la presencia de botellones con vertedor es frecuente, por lo que no resulta extraño documentar su presencia aún tras la caída de México-Tenochtitlán.
Como todo artefacto, el paso del tiempo va dejando huellas y en esta pieza no es la excepción. Tenemos aquellas cuya aparición se proyectan a la par de su elaboración, por ejemplo, la hendidura recta ubicada en la zona superior de la vasija que, por sus características permiten suponer su origen previo a la cocción. No así el vestigio de combustión puntual, el cual se encuentra cercana al vertedor.
Si bien es imposible reconocer el momento preciso en el que se llevaron a cabo estas marcas, lo cierto es que son evidencias latentes de la actividad humana y el indisoluble vínculo que tiene con su materialidad, la cual define y a su vez, lo define también.