La pieza que se describe a continuación se trata de una aplicación antropomorfa. Posiblemente estuvo asociada a una obra más completa, sin embargo, no reconocemos con claridad a qué haya correspondido.
La escultura de pequeño formato se realizó con arcilla de color café, la cual fue modelada. Se usaron aplicaciones para generar las cejas, los ojos en forma de grano de café, la boca y la pronunciada nariz. Aunque solo se advierten algunos rasgos, es posible observar el uso de una capa de engobe ligero y del mismo color que el barro. Su tratamiento de superficie es pulido medio, a pesar de contar ya con huellas de erosión.
La expresividad del rostro resulta reveladora, el personaje se encuentra con la cabeza ligeramente flexionada hacia atrás. Su mirada se direcciona hacia arriba, mientras que su boca con una discreta apertura, sugiere esbozar palabras. Su ceño fruncido, así como sus posibles brazos unidos a la altura del pecho, nos remiten a su condición de firmeza y, posiblemente de estoicismo.
Al ver la figurilla de perfil, observamos su movimiento contenido. Todo parece indicar que el o la alfarera, buscaron evidenciar la curvatura del cuerpo, mediante la técnica de presión digital, lograda a través de colocar la arcilla entre los dedos, permitiendo así dicha ondulación.
Dentro de la plástica mesoamericana, los personajes a los que se les representaba con esta disposición morfológica, es decir del cuerpo encorvado, era a los ancianos. Poseedores de los saberes ancestrales, su papel en las sociedades prehispánicas fue imprescindible, pues su virtud más importante no solo era ostentar el conocimiento del colectivo, sino transmitirlos con sabiduría.
Una de las divinidades de mayor alcance cronológico en el México antiguo fue llamado por los nahuas como Huehuetéotl, Dios Anciano, quien evocaba el fuego primigenio y el entendimiento.
La importancia de la vejez fue tal, que para el arribo de los ibéricos en el siglo XVI, existían una serie de narrativas que instruían a los más jóvenes sobre como vivir y convivir acorde a los principios filosóficos de la población mexicas, denominado Huehuetlatolli, recopilados y manuscritos por iniciativa de los frailes evangelizadores.
Todo parece indicar que los grupos mesoamericanos, desde tiempos muy tempranos, consideraron el envejecimiento como un don y una virtud. Por tanto, su testimonio plástico se volvió infalible, pues el pasado se entendió como la cimbra del presente.