Esta pieza es una efigie de cerámica con atributos que le vinculan con un ser zoomorfo, más específicamente un primate. El elemento fue manufacturado con un tipo de arcilla café claro con poco desgrasante, quizás de tipo mineral o arena. Su superficie presenta un alisado y sobre este se colocó un baño de pintura anaranjada oscura y en algunas partes como sus orejas (hechas mediante modelado) se observa un tono de pintura, pero de color rojo. La obra, aunque notable en su manufactura presenta graves daños pues se observa que por rotura no tiene la parte de la boca. Se aprecia los ojos abiertos del personaje, nariz y orejas. En la parte posterior del cráneo se observa una gran abertura que quizás sirvió para colocar algún tipo de aditamento, flores o algún tipo de adorno, lo que quizás nos puede dar indicios de la naturaleza del artefacto, de tipo ornamental o suntuario.
Se puede ubicar en el contexto de los desarrollos culturales de la Costa del Golfo de México y específicamente dentro del asentamiento prehispánico de Nopiloa. Este enclave prehispánico se ubica en el municipio de Tierra Blanca dentro de la denominada zona semiárida central de Veracruz, conocida así por su complicado clima y contexto geográfico. Nopiloa es cercano a otros asentamientos como Los Cerros y Dicha Tuerta. En todos ellos los arqueólogos desde la primera mitad del siglo XX han localizado evidencia arqueológica solida de los grupos humanos que allí habitaron y cuyo esplendor de desarrollo se ubica principalmente durante el periodo Clásico Tardío (600-900 d.C.).
En esos contextos geográficos se tiene una amplia variedad de recursos naturales y faunísticos, de ahí la constante representación de este tipo de seres en la plástica de la costa veracruzana en tiempos prehispánicos.
La carga simbólica asociada en los monos en el universo cultural mesoamericano es variada y está presente en cada una de las regiones del México antiguo. Su figura se ha correlacionado con aspectos que tienen que ver con el juego, la danza, el viento, el movimiento, la sexualidad y por evidentes semejanzas anatómicas con lo humano.
Todo este conjunto de ideas le dotó a este tipo de entidades zoomorfa un halo de misticismo y naturalidad que siempre fascinó al ser humano, de ahí la presencia persistente de este tipo de representaciones en la plástica de las sociedades mesoamericanas a lo largo del tiempo. Sociedades como los mexicas, los mayas y desde luego los antiguos pobladores de la Costa del Golfo hicieron de este tipo de seres una parte importante de su imaginario cultural, de su manera de entender el mundo, la naturaleza y a sí mismos en sus interacciones con otras formas de vida.