Las Figurillas Sonrientes, grupo al que pertenece esta extraordinaria pieza de la colección prehispánica del Museo Amparo, adquieren en el período Clásico una importancia singular entre las expresiones plásticas de la costa del Golfo de México. Es el territorio veracruzano el que ha ofrecido mayor número de estas representaciones de barro. El rostro, lleno de simbolismo, finge una sonrisa cuando en realidad se trata de una mueca producida al apretar los dientes. Lo que hoy nos parece una tímida risa no puede hallarse más lejos de la verdadera intención de tan antiguos alfareros.
Aunque buena parte de estos personajes se encuentran de pie, muchas veces con los brazos en alto y haciendo señas con las manos, no es menor el número de estas figurillas cuyas extremidades fueron fabricadas por separado y luego unidas al cuerpo anudadas con cordeles. Esta suerte de “marionetas” se hallan igualmente revestidas de valores rituales entre los que destaca precisamente su carácter articulado. Probablemente relacionadas con el culto a la muerte, con prevenirla al cerrar la boca a los aires dañinos, se hicieron por miles para ser utilizadas a manera de ofrendas y para hacerlas participar en rituales quizá destinados a la sanación de los enfermos. Su fabricación se extendió por casi medio milenio y es posible que se originaran en el sur de Veracruz.
Aunque exhibiendo variantes estilísticas se encuentran en lugares tan al norte como es la cuenca del río Jampa y también han aparecido en Tabasco, en territorios habitados por poblaciones de filiación maya aunque ciertamente cercanas al desarrollo cultural del centro de Veracruz. No son pocos los ejemplos que muestran una suerte de mestizaje de tradiciones alfareras. El resultado es verdaderamente único. Con barros locales se trabajaron sus imitaciones, mismas que hacen suyo el inconfundible estilo artístico del mundo maya.
Esta figura es un ejemplo inmejorable de la mezcla que se produce en el cruce de las civilizaciones. Los rasgos de la cara atestiguan el ideal de belleza del pueblo maya. La forma y la posición de los ojos son inconfundibles. Sin embargo, por más que la sonrisa prácticamente haya desaparecido del rostro, toda la pieza señala la construcción simbólica de sus prototipos veracruzanos. La misma forma de la cabeza, la frente que se desvanece. Las proporciones del cuerpo y la decoración sellada del vientre dispuesta a manera de una pieza de tela que rodea la cintura. Inclusive comparte detalles que se originaron en los métodos de su fabricación en el sur de México.
En fin, aún tratándose de una pieza articulada de inequívoca procedencia maya es, sin duda, testigo de una combinación de rasgos culturales que todavía queda por estudiar y que fue signo del occidente del área maya durante un período considerable en la historia de Mesoamérica.