El centro de Veracruz, la llanura costera del Golfo de México, produjo en época prehispánica ejemplos extraordinarios de alfarería. Promovidos por la falta de piedra en la región, se elaboraron grandes piezas de barro destinadas a suplir el lugar de las esculturas. La cuenca del río Papaloapan, pero en realidad una parte importante del actual territorio veracruzano, fue asiento de múltiples talleres de artesanos que dieron forma a un arte cerámico de características verdaderamente únicas en Mesoamérica.
Aunque ciertamente comparten normas estilísticas que las vinculan en el tiempo, también es posible observar un campo fértil para la experimentación plástica, para la introducción de temas nuevos que hacen de su conjunto una de las expresiones artísticas más importantes del México antiguo. Es justo su distinta naturaleza, por supuesto también su asombrosa belleza, la que ha hecho de todas ellas presa del saqueo arqueológico; llegaron a ser tan populares en el mercado que inclusive se les reprodujo con gran maestría, usando el mismo barro y las técnicas antiguas de elaboración; varios museos que en su momento adquirieron piezas del centro de Veracruz, muchos de ellos en el extranjero, todavía exhiben en sus salas objetos falsos, espléndidas reproducciones que pasan por antigüedades.
Los canales de venta eran los mismos utilizados por los traficantes de piezas, se ofrecían como auténticas y muchas de ellas inclusive fueron intencionalmente rotas o enterradas en suelos ácidos para hacerlas aparentar como prehispánicas. No siempre es sencillo distinguir entre ellas, las hay verdaderamente iguales, elaboradas no sólo con un inmejorable manejo técnico del barro y de los hornos, sino que son perfectas incluso a nivel de la lógica simbólica del pasado y de las tradiciones estilísticas de la antigua alfarería veracruzana.
Todo lo anterior no es para decir que la figura que ahora es de nuestro interés es una falsificación, el problema es en realidad que se trata de una pieza que no corresponde con los modelos de representación más difundidos en época prehispánica. Falsa o antigua, el barro de la que está hecha procede de Veracruz. Es posible observar que la cabeza se encuentra rota a la altura del cuello como si alguna vez hubiera tenido cuerpo; el que esté quebrada no es en este caso garantía de su probada antigüedad.
Los rasgos de la cara, por otro lado, son francamente extraños. Ojos, nariz y boca intentan alinearse con normas estilísticas que son más del Formativo, pero el nivel de cocción, prácticamente un re-cocimiento similar al de los ladrillos modernos, sólo se alcanzó en el México antiguo hasta bien entrado el período Clásico. Además, la construcción del tocado, este arreglo del cabello que busca elevarse sobre la cabeza sujeto por una cinta, es algo que más distingue a las figurillas huastecas que a las piezas elaboradas en el centro de Veracruz; si observamos con cuidado, en mi opinión las incisiones del cabello podrían haberse hecho con un instrumento muy fino de metal a juzgar por la manera en la que se desplazó el barro. Los huecos de los ojos no sólo fueron realizados con el mismo instrumento sino que no sería extraño que también hubiera sido de metal. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, no es posible desacreditar de manera concluyente su origen prehispánico.