En un territorio carente de piedra donde inclusive la arquitectura se habría valido de la tierra para dar forma a los templos de las prístinas ciudades, es imaginable que la alfarería se desarrollara hasta alcanzar un conocimiento tal de las bondades del barro que le permitiera elaborar grandes piezas de tierra cocida para suplir en los recintos ceremoniales la ausencia real de esculturas talladas en piedra.
En su mayoría horneadas por partes, los alfareros de la región central veracruzana, específicamente los asentados en el sistema hidrológico del Papaloapan, fabricaron grandes figuras de barro de un valor artístico excepcional. Quizá las mejor conocidas de ellas son las procedentes de El Zapotal, mismas que ahora se exhiben en el Museo de Antropología de Xalapa; con una gran variedad de temas exploran diversos aspectos de la conducta humana, retratan a los dioses y se adentran en el complejo mundo del simbolismo de los animales.
Sin embargo, un tema recurrente en las obras de tan destacados ceramistas de la antigüedad es la representación de hombres y mujeres mostrados de cuerpo entero. La insistencia en su figuración, acompañada de formas artísticas verdaderamente inagotables, en ocasiones hacen pensar en el retrato; hay en estas piezas tal conocimiento de la naturaleza humana, de las expresiones y los gestos que acompañan a determinadas conductas, que en verdad todas parecieran hacerse cargo de la esencia de los seres humanos y no sólo de su aspecto físico.
Además hay tal limpieza en la ejecución de estas obras de barro cocido que es posible estar seguro de la organización en gremios de tan diestros alfareros; no era sólo cuestión de facultades artísticas, era también un asunto de habilidades y entrenamiento técnico.
Nuestra pieza corresponde a la representación de un rostro, hoy lamentablemente ajeno del cuerpo que antiguamente le correspondía. Al mirarla de frente, de inmediato se distinguen una serie de oquedades en la frente, hay otras dos sobre las sienes y una más en la boca; se trata de “respiraderos” deliberadamente calados en el rostro con la intención de evitar que la figura se estrellara durante el proceso de cocción en presencia de las altas temperaturas generadas por los hornos. Los ojos se distinguen por las pupilas señaladas con una pincelada de pintura negra, la nariz aparece bien formada y la boca entreabierta. Es interesante notar que los dientes superiores fueron rebajados a modo de hacer sobresalir los centrales; se trata de la representación de una forma de decoración dental reservada para los estratos privilegiados de la sociedad. La pieza fue modelada en un barro que es característico de la región de Tierra Blanca y probablemente fue elaborada entre los años 600 y 900 de nuestra era.