Las figurillas cerámicas de la Huasteca son elocuentes manifestaciones del modo de vida que seguían los pobladores de un inmenso territorio costero que se extendía junto a las playas de arena negra del Golfo de México. El sur de la Huasteca, conocida en época novohispana como la Provincia de Pánuco, era tierra de “grandes calores” y probablemente una de las regiones más densamente pobladas de Mesoamérica. A lo largo de tres mil años de historia los huastecos forjaron una civilización propia, capaz de desarrollar un estilo artístico que la acompañó a lo largo de los siglos hasta que Cortés acabó con ella en la tristemente celebre batalla de Oxitipa (Coxcatlán), San Luis Potosí, en el otoño de 1522.
Todas estas pequeñas figuras de barro, las que se elaboraron por cientos en la región de Pánuco, son representaciones de hombres y mujeres que en muchos casos acompañan las ofrendas funerarias. Ciertamente no son pocas las halladas en tumbas, pero no hay seguridad de que sean sus únicos contextos de aparición. Se trata de personajes que “retratan” a individuos pertenecientes a las clases privilegiadas de la sociedad. Suelen hallarse ataviados con collares y brazaletes además de usar grandes orejeras que remiten a las talladas en piedras duras. Las mujeres se encuentran señaladas por el modelado de los senos y son herederas de cultos inmemoriales que se enfocaban en la fertilidad, en su capacidad de generar vida. Estos cultos no se transformaron en lo esencial a lo largo de los siglos. De hecho, en vísperas de la Conquista, seguían siendo representadas sólo que ahora esculpidas en piedra, mostradas con los senos desnudos y las manos sobre el vientre.
En el caso de las imágenes masculinas, suelen llevar maxtles “…con los que cubrir sus vergüenzas”, igual que las mujeres, cosa que curiosamente los aztecas negaban y que por andar desnudos terminaron haciéndoles tan mala fama. Los taparrabos se modelaban con aplicaciones de barro o se pintaban de negro empleando para ello un color hecho con chapopote disuelto. La inmensa mayoría de las representaciones masculinas coinciden con la figuración de jugadores de pelota, ataviados con un pesado cinturón que se asociaba de antiguo con este importante ritual de la costa del Golfo. Sin embargo, hay un grupo de ellas que no les confieren, por lo menos no de manera evidente, esta identidad.
Con todo, la pieza que nos ocupa es todavía menos común, puesto que me parece adivinar la presencia de senos, además de las manos sobre el vientre, que señalarían a una mujer. Extrañamente, no porta orejeras y sólo se distingue un collar que se mezcla sobre los hombros con un pesado adorno que parece cargar sobre la espalda. Además la cabeza se halla cubierta con el tocado más elaborado que recuerde para este tipo de figurillas. Ciertamente adquiere una presencia imponente llevando a cuestas semejante ornamento, pero aquello que es de llamar la atención es que los ojos se muestran entreabiertos y no sabría decir si la aplicación de barro que lleva sobre la boca tiene la intención de figurar la lengua o si se propone representar uno de los adornos más solemnes de la Mesoamérica del período Postclásico, el “besote”. Una fina pieza de obsidiana que se introducía bajo la piel del mentón como signo de “autoridad”.