El inmenso territorio que hoy conocemos bajo el nombre de la Huasteca, comprende áreas muy importantes de la llanura costera veracruzana, tamaulipeca y potosina, además de extensas porciones de las montañas de Hidalgo y Querétaro. En época prehispánica fue escenario de múltiples manifestaciones culturales, unas de particular antigüedad y que permiten conocer hoy en día el desarrollo de la civilización de Mesoamérica en épocas muy remotas.
Las figurillas cerámicas que representan mujeres con el torso descubierto o completamente desnudas salvo por algunos objetos de joyería, son parte de las expresiones artísticas más tempranas que conocemos en el litoral marino del Golfo de México. En la Huasteca corresponden a una de las tradiciones alfareras más resistentes a lo largo del tiempo en términos de transformaciones simbólicas.
Es probable que sus figuraciones, siempre muy estilizadas, aparecieran muy pronto en el período Formativo y que se continuaran hasta el Posclásico sin introducir mayores cambios que los relacionados con las mejoras técnicas del proceso alfarero. Las hubo por miles en la llanura costera y muchas de ellas fueron arrojadas a modo de ofrendas en la Laguna de la Media Luna (San Luis Potosí) y en incontables fuentes de agua. Su desnudez, el cuidado en señalar los senos y en ocasiones también los genitales femeninos, hace suponer que hay detrás de las más recientes un primitivo culto a la fertilidad que se extiende en el tiempo y que quizá supo sobrevivir arropado en las manifestaciones religiosas de carácter doméstico.
Las figurillas que motivan esta reflexión definitivamente no corresponden a la misma época. La de menor estatura es más antigua, probablemente hecha en los primeros años del período Clásico (ca. 300 d.C.) mientras que la de mayor altura es decididamente posterior, quizá elaborada en talleres alfareros activos en el Clásico tardío. En la primera, el cuerpo se halla cuidadosamente pulido, casi bruñido, mientras que en la segunda de ellas puede comprobarse que el fino engobe que alguna vez la recubría ha comenzado a separarse en el torso y en uno de los brazos.
Tienen un aspecto similar, se encuentran erguidas y el centro del trabajo de ornamentación se halla en la cabeza, el cuello y los brazos. En ambos casos visten “turbantes” arreglados con cintas profusamente decoradas con aplicaciones de barro, lucen collares –formados por uno o varios hilos y ensartados con cuentas de distintos tipos- y brazaletes en cada brazo. Es interesante, a pesar de su absoluta desnudez, la presencia de sandalias sujetas entre los dedos de los pies.