La Huasteca se localiza en la costa del Golfo de México; en el momento de la Conquista sus límites tocaban al norte el río Tamesí y al sur la cuenca del río Tuxpan; el litoral marino marca sus confines hacia el oriente y las grandes montañas de la Sierra Madre se alinean al poniente. El territorio lo cruzan grandes ríos, verdaderos sistemas hidrológicos de los que se valieron en la antigüedad una multitud de poblaciones en su mayoría de habla huasteca. En tan dilatada geografía es perfectamente comprensible que las manifestaciones culturales de tan antigua gente terminaran por adquirir rasgos distintivos y que sean justo estas diferencias regionales las que hoy en día sirven para guiarnos en nuestros intentos por precisar el lugar de procedencia de las piezas que forman parte de la colección prehispánica del Museo Amparo.
Aunque es prácticamente un hecho que la enorme mayoría de ellas corresponde a la región del río Pánuco, hay varias vasijas polícromas que no necesariamente provienen del sur de la Huasteca, como también sucede con un grupo de figurillas que dados sus rasgos estilísticos y características aparentes del barro advierten sobre un origen distinto. Esta pieza podría cumplir con esta última condición, se trata de una figura humana que adopta una posición sedente y que recuesta la cabeza sobre una de sus piernas, aquella que muestra flexionada hacia el cuerpo.
El ejercicio plástico es idéntico al que puede observarse en otras piezas, sólo que aquí la ejecución es mucho más precisa, mejor lograda, y esto se debe en parte a una ubicación cronológica más tardía y coincidente con una época de madurez artística que revela el conjunto de la producción alfarera del Clásico tardío. Aunque atendiendo a la hechura de los ojos, al patrón de puntos e incisiones que sirve para darle forma, podría volverse a pensar en el curso medio del Pánuco como el lugar de su probable procedencia. Sin embargo, el aspecto del barro sugiere algún sitio más hacia el norte y quizá en las inmediaciones de Ciudad Valles, San Luis Potosí, no lejos de las actuales zonas arqueológicas de Tamuín y de Tamtoc. Hay que destacar aquí sus correctas proporciones anatómicas y la suavidad con la que aparenta haber alcanzado esta singular postura, resultado sin duda de la sólida formación artesanal que distingue a la alfarería huasteca del primer milenio de nuestra era.