La Huasteca, la llanura costera que se extiende desde el norte de Veracruz, abarcando Tamaulipas y San Luis Potosí, fue el escenario de una cultura compleja, rica en manifestaciones culturales, y muy antigua. Probablemente las representaciones de mujeres, primero en barro y después en piedra, figuran entre las expresiones de cultos inmemoriales que supieron sobrevivir en estas tierras hasta la época de la Conquista.
Aunque la pieza que aquí es de nuestro interés probablemente no entra de lleno en el prototipo de las figuras femeninas modeladas en barro, si comparte las proporciones del cuerpo. Es de líneas suaves, larga de piernas, con caderas anchas y senos bien formados. La distinguen los brazos particularmente cortos, un rasgo que es común en esta producción alfarera y que se extiende lejos en el tiempo. Lleva el pelo anudado y un par de orejeras que le cuelgan a ambos lados del rostro. Pero aquello que la señala es que lleva a cuestas un niño que se asoma sobre el hombro de la mujer.
Esta hermosa figurilla de delicada ejecución probablemente fue elaborada en el Clásico tardío (ca. 600-900 d.C.) en algún lugar de la cuenca del Pánuco. No es sencillo señalar una ubicación precisa, pero en este caso recuerdo haber visto entre los materiales recuperados por Ekholm hace muchos años en Las Flores, justo en las afueras de Tampico, figurillas muy similares no sólo en lo que hace al barro, fundamentalmente en lo que toca al modelado de los rasgos del rostro, apenas insinuados pero armoniosos con el tamaño y la forma de la cara. Este asunto de la composición del rostro es algo mucho más complicado de lo que podría parecer a primera vista, además estoy convencido de que las consistencias de su construcción plástica podrían advertir de lugares precisos de elaboración atendiendo a sus evidentes diferencias temporales.