Al comenzar nuestra era se estaban formado en los bosques tropicales de Veracruz los primeros grandes estados de la región, enmarcados por territorios bien definidos y sobre las bases de una sociedad altamente estratificada. La tierra debía garantizar el sustento de una población eminentemente agrícola y la producción de excedentes se destinaría al mantenimiento de la élite gobernante y de los estratos privilegiados de la sociedad.
El comercio había jugado un papel decisivo en la formación de los primeros estados, volviéndose el eje de su desarrollo. La fundación de estos nuevos centros de gobierno debió ser precedida por tareas formidables de nivelación del terreno, que sólo pueden explicarse en el contexto de una sociedad jerárquica. Obras como éstas se llevaron a cabo una vez que se gestaron el reconocimiento social de un liderazgo, el control sobre un territorio específico y una economía capaz de generar excedentes suficientes como para contribuir con el sustento de la población involucrada en estas tareas.
Por otro lado, el factor ideológico no fue menos importante en el surgimiento de dichos estados; que estaría en manos de la clase dominante y donde un sistema de creencias hizo aceptables al grueso de la población las nuevas formas de autoridad que se desprendían de estructuras de gobierno altamente centralizadas. El culto al gobernante apareció justo en este momento y se sumó muy pronto a los complejos rituales del juego de pelota.
Visto en el contexto de la civilización del Golfo de México, llevaba implícito el sacrificio humano y quizá su introducción en el norte de Veracruz se vincule con una serie de rutas comerciales que fluían desde el sur de México, cruzando la región del Istmo de Tehuantepec. A mediados del siglo IV de nuestra era, prácticamente toda la llanura costera queda bajo la influencia comercial de Teotihuacán. De hecho, este cambio tan importante en el rumbo de la civilización de la costa queda señalado por una élite que habría optado por recrear un modelo cultural extraño que la haría participar de lleno en la "modernidad" de Mesoamérica.
El gusto por lo teotihuacano, por las manifestaciones culturales propias del centro de México, no modificó indiscriminadamente la forma de los objetos requeridos por los estratos más altos de la sociedad. Los vasos trípodes cilíndricos con soportes sólidos rectangulares, así como los “floreros”, los “candeleros” de una sola cámara y las figurillas cerámicas que reconocían como propios los modelos de la alfarería teotihuacana eran en este momento producto de un artesanado local de imitación auspiciado por los grupos en el poder.
Éste es el caso de esta pieza que representa a un jugador de pelota provisto de “yugo”, un pesado cinturón que los protegía del roce de las pelotas de hule macizo, y rodillera. Aquello que en verdad la distingue es el rostro, particularmente sus proporciones, vienen de los modelos teotihuacanos que estarían llegando en esta época a la costa del Golfo de México. Así que la figurilla resume en su conjunto las dos grandes tradiciones culturales que participaron en la conformación de la civilización del período Clásico en la llanura costera. Es decir, los elementos que adquiere en época temprana del sur de México, como es precisamente el ritual del juego de pelota y los sacrificios de sangre que se le asocian, y todo este nuevo modelo que la habrá de uniformar con la civilización del Altiplano Central mexicano.