Con cuerpos muy estilizados se fabricaron desde inicios del período Clásico toda una serie de figurillas de barro, hombres y mujeres, en las que destaca su aparente desnudez. Aún así, muchas de ellas ponen especial cuidado en representar sobre un faldellín usualmente pintado con chapopote un abultado cinturón que suele identificar el atuendo de los antiguos jugadores de pelota.
Más que de un juego, se trataba de una ceremonia estrechamente vinculada con el ritual de sacrificio humano. Al gobernante se le consideraba como un jugador de pelota y el “juego” mismo era la manera en la que intercedía ante los dioses para que favorecieran a su comunidad; su figura era el centro indiscutible de las relaciones sociales de la época. Si bien el culto al soberano no podía expresar de mejor manera el carácter sagrado que se le confería en la antigüedad y el extraordinario poder que se concentraba en su persona, al mismo tiempo era el único capaz de mediar frente a la divinidad.
Por otra parte, el juego ritual de pelota forma parte de una tradición cultural que se extendió desde época temprana por buena parte de Mesoamérica siempre ligada a las playas del Golfo de México. A lo largo de la llanura costera se multiplicaron los edificios consagrados a este ritual, dos plataformas paralelas que dejaban entre ellas un corredor para poner en movimiento una pesada pelota fabricada de hule macizo. Su enorme peso hizo necesarias varias piezas de un atuendo que servía para proteger el cuerpo del jugador de las maceraciones que produciría su constante roce. Para este efecto, no sólo bastaría el uso de un cinturón, probablemente fabricado con un cuero muy duro, también se adicionaron una o dos rodilleras y, dependiendo de la variedad del juego o del tamaño de la pelota, llegaron a usarse guantes.
La Huasteca, un enorme territorio en el oriente de Mesoamérica cuya uniformidad en manifestaciones culturales le viene de una probada unidad étnica y lingüística, se extiende entre el mar de Tamaulipas y las montañas de Hidalgo, Querétaro y San Luis Potosí. Atravesada por ríos impetuosos y contrastante en climas, vio el surgimiento de múltiples asentamientos prehispánicos de una antigüedad sorprendente y que atestiguan una enorme complejidad política y social; no sólo compartieron una lengua ancestral sino que estructuraron su universo simbólico a partir del ritual del juego de la pelota y de los sacrificios humanos, ofrecidos a los dioses en ocasión de estas mismas ceremonias propiciatorias.
En un barro blanco rico en arcilla caolinítica se modelaron a lo largo de los siglos grupos enteros de figurillas con el simbolismo del juego de pelota. Aunque algunas han sido recuperadas en excavaciones controladas, son muchas más las que proceden de actividades de saqueo arqueológico y es por ello que hemos perdido irremediablemente el contexto del que participaban. Debieron vincularse con ofrendas o entierros, pero hay tal número de ellas que no sería prudente descartar desde ahora su inclusión en cultos domésticos de origen inmemorial.