El caracol que se representa en esta figura de cerámica pertenece al género Strombus, que fue muy apreciado en Mesoamérica. Los caracoles en general, y los caracoles marinos muy especialmente, fueron pintados, representados en barro y esculpidos en diferentes épocas y localidades de Mesoamérica. Con tanta frecuencia como encontramos sus representaciones, han aparecido también las caracolas completas o segmentadas en diferentes contextos rituales.
Los caracoles marinos suelen aparecer como símbolo del agua primordial, del agua que existía en el principio de los tiempos cuando el mundo fue creado; así lo vemos en los frisos escultóricos del templo de Quetzalcóatl en Teotihuacán, por ejemplo. También aparece como símbolo de fertilidad, ligado al agua, pues en varios contextos iconográficos parece irrelevante la distinción entre aguas marinas y aguas dulces.
Además de su simbolismo acuático, el caracol del género Strombus se relacionaba con la guerra y con el poder, debido seguramente a su sonoridad. De acuerdo con la noción mesoamericana del sonido, el soplido en la concha del caracol hacía salir un sonido que estaba allí, que residía en la concha misma, como una sustancia sagrada. Las culturas mesoamericanas utilizaron el Strombus como trompeta. En la guerra, el caracol se tocaba como señal de inicio de la batalla, como se hace en otras culturas, que tocan una trompeta o un clarín. En los templos de las ciudades, el caracol se utilizaba para marcar las horas nocturnas, en particular el inicio y el final de la noche: se trataba de un acto ritual y formaba parte de las tareas que debían realizar los sacerdotes y novicios, que se privaban del sueño, pero a la vez era una forma de marcar las horas y expresar el control que el rey y su gobierno ejercían sobre la población.
¿Cuál es el sentido de esta pieza y por qué colocar en la tumba una reproducción en cerámica de un caracol y no el caracol mismo? Es probable que un Strombus, debidamente pulido y perforado fuese un objeto de gran valor; muchos eran además labrados con diferentes escenas. La caracola de un cacique o de un sacerdote principal puede haber sido heredada a su hijo o sucesor. En realidad no sabemos con certeza los criterios que llevaban a distinguir cada ofrenda y cada ajuar funerario. Lo que sí sabemos es que sólo en los templos principales, a veces en asociación con las tumbas reales, se enterraban seres vivos, incluso humanos, así como objetos de concha y jade y otros de enorme valor.
Es posible que esta caracola de barro haya formado parte del ajuar funerario de un cacique o sacerdote de algún señorío de la región de las tumbas de tiro. El realismo de la representación coincide con el que encontramos en otras figuras, de perros, pericos o serpientes, que también se han hallado en tumbas de tiro.