Si en un mismo espacio tenemos oportunidad de apreciar obras de las múltiples modalidades estilísticas del arte escultórico cerámico de la cultura de las tumbas de tiro, descuella, en principio, su acusada diversidad; pueden ser tan diferentes en la recreación del cuerpo humano, el tratamiento dado a la superficie, las dimensiones, el repertorio iconográfico y los tipos de pastas, que cabe la posibilidad de atribuirlas a desarrollos culturales distintos. No obstante, una mirada más atenta y un análisis estilístico permiten advertir los elementos que comparten.
Los ademanes y las posiciones femeninas y masculinas constituyen una sólida evidencia de la coherencia en su concepción, de la existencia de un gran estilo con numerosas variantes y, de modo intrínseco, de la unidad ideológica y cultural de la sociedad creadora. En la escultura destacan un ademán y una postura que se asocian exclusivamente con mujeres. Se sienta con las piernas flexionadas hacia un lado, con una mano toca el lóbulo de la oreja, a la vez que levanta el otro brazo y muestra al frente la palma. Como variaciones de estos ademanes, puede tocarse la mejilla o el cuello y a veces se enseñan las palmas de las dos manos. Con seguridad dicha configuración comunica mensajes específicos, hoy día velados; quizá refieran ciertas condiciones o cualidades de las representadas, tomando en cuenta que estas piezas sirvieron como ofrenda a los muertos y su factible vinculación con individuos determinados.
Dentro del marco de las convenciones del estilo, el único rasgo peculiar es la ornamentación de la cabeza con líneas incisas. Como es propio del Tala-Tonalá, en el torso desnudo sobresale el collar y algunos motivos que remiten a pintura corporal, la cual pudiera verse también en las manos y los pies; finalmente, resalta la decoración bipartita de la falda, con una sección lisa y otra con líneas.