La imprecisa categoría escultórica de “barrigones” u obesos (potbellies) abarca un enorme corpus con características muy variadas, cuya profundidad histórica y cultural todavía remite muchas dudas dentro del desarrollo visual de Mesoamérica. Se sabe que estas esculturas tuvieron su aparición a finales del Preclásico (o Formativo) medio, cerca del año 400 a.C., y florecieron durante todo el Preclásico tardío. Sus puntos de concentración se hallan en la vertiente del Pacífico en Guatemala y Chiapas, así como en las Tierras Altas guatemaltecas. No obstante, pueden encontrarse reminiscencias de esta tipología en territorios tan lejanos como el sur de Tamaulipas durante el Clásico tardío. La presente escultura muestra los rasgos característicos de los barrigones: el rostro abotargado, los ojos y narices hinchadas, las mejillas infladas, la boca entreabierta con los labios apretados y el prominente abdomen. A decir de Julia Guernsey, este peculiar modo de mostrar las mejillas, los labios y el abdomen, podría suponer la asociación de estos personajes a la performatividad de rituales vinculados al acto de exhalación.
Otra de las cualidades por excelencia de los barrigones es la adaptación de su cuerpo a la preforma de la piedra, que deriva en una compactación excesiva del cuerpo. Llevan el rostro ligeramente virado hacia arriba, pegado a los hombros sin mediación del cuello, así como las extremidades superiores e inferiores fusionadas al torso. En esta escultura, todo el cuerpo se desarrolla como una masa indefinida prolongada hacia el frente. La saliente en forma de borde rectangular debajo de su abdomen podría representar las piernas extendidas hacia el frente y los pies girados hacia el interior, posición frecuente en los barrigones. Debajo del mentón, lleva un apéndice a modo de barba, un rasgo poco común, pero que reaparece en un barrigón de Nopiloa, Veracruz. Sobre el costado derecho todavía permanecen numerosos restos de pigmento rojo que demuestran una de las tantas prácticas a las que eran sometidas estas esculturas. Las funciones de los barrigones no están del todo definidas, sin embargo, Guernsey piensa que tuvieron un importante papel en el traspaso de los rituales domésticos hacia prácticas colectivas, controladas desde un poder central. La peculiar adaptación al soporte de estos objetos manifiesta el valioso papel que tuvo la concepción recíproca entre imagen y materia en el desarrollo de la escultura prehispánica.
La supuesta procedencia de esta pieza de El Opeño, un importante sitio funerario en el Occidente mesoamericano demuestra la amplia difusión geográfica que tuvieron estos objetos. Al igual que otras esculturas alóctonas encontradas en las tumbas de tiro, como el hacha olmeca de Etzaltlán, su manufactura no fue autóctona, debió haber sido producida en Guatemala. Se sabe que el Occidente mantuvo rutas comerciales a lo largo de la costa del Pacífico hasta regiones tan lejanas como Ecuador. Debido a la inexistencia de esculturas de barrigón anteriores a los últimos siglos del Preclásico medio, es muy probable que este objeto no procediese exactamente de El Opeño (1500 a 1200 a.C.), sino de otros sitios cercanos que sí presentan una ocupación a finales del Preclásico.
Bibliografía:
Larralde Jacqueline. Crónicas en barro y piedra. Arte prehispánico de México en la colección Sáenz. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1986.