Una de las piezas más comunes de la vajilla en la época prehispánica, son las ollas. Por lo general, podemos distinguir esta pieza, ya que presenta un cuerpo globular, un cuello pequeño, una boca cerrada y, es típico que las paredes externas se encuentran pulidas, mientras que las internas están alisadas. La gran mayoría de estas piezas poseen únicamente el barro alisado. Pero, existen algunas que se les colocó una decoración más elaborada, ya fuera con un engobe que hacía brillar a la pieza o con diseños cuidadosamente pintados. En cualquiera de los dos casos, este tipo de piezas más elaboradas creaba una distancia con las que se usaban cotidianamente.
A pesar de esta diferencia, la dificultad de distinguir entre un tipo u otro es enorme, ya que las variaciones muchas veces son tan sutiles y los materiales que estudiamos tan fragmentarios que, si no contienen algún elemento identitario, muchas veces la identificación puede ser una tarea que lleve toda una vida.
En el caso de la pieza 266 podemos apreciar una olla con las paredes cubiertas por un engobe anaranjado muy saturado, el cual llega hasta el interior del cuello de la olla. La pieza en su exterior fue pulido con movimientos horizontales, tanto en el cuerpo como en el cuello, generando una superficie lisa; mientras que en el interior se dejó únicamente alisada la pieza. La vasija consta de una base convexa y fondo cóncavo. Las paredes son curvo-convergentes y el cuello recto divergente. El borde es redondeado y crea una boca circular de 6.8 centímetros de diámetro. En la parte superior se encuentran dos fracturas, percibiéndose apenas el desplante de un asa sólida de estribo. La pieza fue elaborada a partir de cuatro formas: dos platos curvo-convergentes hicieron el cuerpo de la pieza, el cuello se realizó con otras piezas y el asa se colocó por pastillaje al final. Esta elaboración aún se distingue por medio de las uniones que se hicieron de las piezas. Es de destacar también que la olla presenta tres pequeñas grietas: una horizontalmente a la mitad del cuerpo y otras dos verticalmente en la sección superior de la pieza que dividen el cuerpo y el cuello de la olla en dos tepalcates.
Además de ello, llama la atención el color anaranjado tan intenso que tiene, lo cual lleva a pensar que esta pieza no tuvo un fin utilitario, ya que no tienen marcas de fuego o algún otro elemento de desgaste. Es posible que esta pieza se haya empleado para almacenar alguno alimento delicado o participara en prácticas rituales. Estas dos actividades se han documentado ampliamente en los contextos arqueológicos, como lo muestran las excavaciones realizadas en Tlatelolco o en el Templo Mayor. En el primero de estos sitios se encontraron, vinculados a las ollas, esqueletos, cenizas, navajas, telas, puntas de proyectil, entre otros objetos, todo ello como parte de un ajuar funerario.
Esta olla también se vincula con la pieza 265 de la Colección del Museo Amparo, con la salvedad que esta última se encuentra más erosionada. Esto nos lleva a pensar que la pieza 266 fue elaborada en el Posclásico tardío y proviene del Altiplano central, aunque la falta de contexto y la forma tan común de la olla y de la decoración, impide afirmarlo rotundamente.