La ornamentación en Mesoamérica fue un aspecto muy importante, el cual ayudaba a distinguir a los dioses y a las personas. Además de los característicos tocados se empleaban accesorios como bezotes, anillos, collares, pulseras, orejeras, diademas y muchos otros objetos para mostrar la esencia de un ser. Estos objetos, por lo general, se encuentran en los entierros, aunque también es posible encontrarlos descartados y rotos en los basureros o rellenos.
La pieza 517 de la Colección del Museo Amparo corresponde a un pendiente zoomorfo. Debido a la perforación que posee en su zona proximal, sabemos que fue hecho para colgar de un hilo o un collar de otro material, aunque desafortunadamente ya se ha perdido este elemento.
Los pendientes en Mesoamérica tenían una gran variedad de formas. Algunas tenían figuras abstractas difíciles de interpretar (como la pieza 1589 de la Colección Amparo), mientras que otras piezas reflejaban claramente a un determinado ser o animal.
El pendiente que aquí se estudia representa una rana. El cuerpo es almendrado. Las patas delanteras salen de una manera curva hacia enfrente y las traseras se colocan rectas y con una línea incisa se simula el muslo de la pierna. En la sección trasera, se marca una pequeña cola y ahí tienen una perforación bicónica que era de donde se colgaba. La cara presenta unos grandes ojos creados por medio de dos desgastes circulares. Por último, llama mucho la atención que la vista posterior es plana y alisada, con un mínimo trabajo, contrastando con el delicado y esmerado pulido de la vista frontal.
Darle un lugar de origen a esta pieza es complicado, sobre todo por la gran difusión que tiene la forma de la rana y las semejanzas que existen entre las piezas. A pesar de ello, podemos identificar ciertos detalles que nos pueden ayudar a identificar el sitio de origen. En el caso de las piezas que se han encontrado en la zona maya (Dzenhkabtú, Campeche y Xcambó, Yucatán) se puede apreciar que la forma empleada para representar al sapo es redonda, se marcan claramente las patas, mientras que los ojos son simulados con dos desgastes circulares que se llegan a convertir en perforaciones. También se ha encontrado un pendiente de rana en el centro de Veracruz y, a pesar de su forma ovalada, mantiene muy marcadas las patas del batracio. En cambio, los pendientes que se han encontrado en el Templo Mayor tienen una forma de gota, sus patas se marcan rectas al frente y por medio de un desgaste se crea una forma de “U” invertida en las traseras, mientras que los ojos son simulados con un desgaste lineal. Estas características nos permiten pensar que el pendiente 517 fue elaborado en el Valle de México en el Posclásico Tardío.
Las ranas entre los grupos nahuas eran muy importantes, ya que se creía que su aparición, así como su croar, anunciaba la llegada de las lluvias. Estos anfibios se relacionaban con el color azul y estaban relacionados con Tláloc. Esto se puede corroborar tanto en las esculturas que aún se encuentran en el Templo Mayor de Tenchtitlán, como también en las fiestas que realizaban los mexicas, donde se distingue una estrecha relación entre Tláloc y las ranas. Por ejemplo, en la fiesta de la veintena de Tozoztontli, celebración relacionada con el maíz, se sacrificaban y asaban ranas. Mientras que en la veintena de Izcalli se consumían a estos batracios.
Esto nos permite ver lo relevantes que eran las ranas para la sociedad prehispánica en general y para las culturas del posclásico del Valle de México en particular. La importancia era tal, que crearon el bello pendiente de la Colección del Museo Amparo.