En las culturas del mundo el rostro del ser humano ha causado una fascinación sin igual. Para representar la complejidad de esta parte del cuerpo se han recurrido a varias fórmulas, a veces simplificando y creando patrones de representación generales y otras veces tratándose de mostrar lo particular, los detalles individuales que crean un rostro único en el individuo. En la época prehispánica esta dicotomía se encontraba también presente, siendo las culturas del posclásico el mejor ejemplo de la simplificación y el empleo de normas comunes; mientras que, quizá, fueron los mayas del clásico (300-600 d.C.) quienes trataron de reflejar en sus obras rostro individuales y únicos.
La pieza 159 de la colección del Museo Amparo, consiste en un rostro de forma ovalada que presenta por la parte posterior un borde redondeado con una pared cóncava, lo cual indica que esta pieza servía como una máscara de otra figurilla o para cubrir alguna superficie.
El rostro que se representó tiene características muy llamativas. Tiene los ojos abiertos con una forma almendrada y se marca su contorno con un pequeño reborde redondeado. Las cejas son abultadas, lo cual genera que la frente disminuya considerablemente su profundidad y tamaño, creándose una expresión de espanto o sorpresa. Esta sensación se completa con la boca, la cual se encuentra abierta, con una forma ovalada que se adelgaza en los extremos. Además, posee una prominente nariz que se proyecta hacia enfrente y dos grandes orejas. De este último elemento, se emplea una forma de “e” para marcar los componentes del oído externo, recordando mucho la forma de “hongo” que caracteriza a la Tradición Estilística Mixteca-Puebla.
Además, un rasgo a destacar en la pieza son los orificios que se encuentran en la parte superior, los cuales se encuentran en otros objetos de cerámica. Quizá, el más conocido sea el Mictlanteuchtli de tamaño real que se encontró en las excavaciones de la Casa de las Águilas del Templo Mayor. Gracias a este tipo de objetos y a sus representaciones en los códices sabemos que en estos orificios se colocaba cabello o plumas, lo cual ayudaba a darle un mayor realismo a la pieza. Además, la expresión que se moldeó en el barro le daba más que realismo: le daba vida a la pieza.
Cuando observamos la figura, también destaca las concreciones de tierra que cubren una capa anaranjada de bruñido. Este elemento nos indica que la pieza fue extraída de un contexto arqueológico, aunque lo que desconocemos es la relación que tenía con otros objetos.
A pesar de todo ello aún quedan las dudas: ¿A qué figurilla se le estaba cubriendo el rostro o en que superficie se encontraba adosada? ¿Qué elementos estaban asociados a los orificios? ¿Quedaba algún micro resto que nos podía permitir identificar estos materiales y con ello la identidad de la figura? Las respuestas a estas preguntas nos podrían ayudar a entender el asombro o espanto que presenta el rostro.