Uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del Occidente de México son los guachimontones, localizados en el poblado de Teuchitlán, a poco más de una hora de camino de Guadalajara. Éste es uno de los asentamientos más importantes de la región, caracterizado por una arquitectura circular de singular belleza. Su apogeo se fecha entre los años 200 y 400 de nuestra era. Pero Teuchitlán, aún siendo un lugar verdaderamente único, es sólo uno de tantos sitios que ejemplifican la rica y variada arqueología del estado de Jalisco. Basta con recordar aquí el caso del Ixtépete en el municipio de Zapopan para comprobar la variedad de sus restos arqueológicos y su dilatada dimensión cronológica.
Pero más allá de sus vestigios de arquitectura monumental, en realidad poco frecuentes en el Occidente de México, la riqueza de los contextos funerarios conservados en las tumbas de tiro (ca. 300 a.C. a 600 d.C.), dentro de cámaras subterráneas cuyo acceso se practicaba a través de túneles verticales excavados directamente en el tepetate, es todavía más sorprendente. Se trata de cientos de figuras de barro, todas verdaderas obras de arte, con las que se acompañaba a los muertos en su última morada. Su excepcionalidad lamentablemente ha promovido durante décadas su saqueo y participación en el mercado negro. La tumba de tiro de El Arenal, los vestigios del Palacio de Ocomo en Oconahua, municipio de Etzatlán, son sólo algunos de los yacimientos arqueológicos dañados por excavaciones clandestinas a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Muchas de las piezas halladas en estos lugares se encuentran ahora formando parte de las colecciones del Museo de Historia Natural de Nueva York o en otros museos de California.
Esta pieza proviene de alguna de estas tumbas de tiro, corresponde a la representación en barro de una figura femenina que estando recostada hace el intento por levantarse empujándose hacia adelante con pies y manos. Se trata de un ejemplo muy acabado de la producción alfarera vinculada con la arquitectura funeraria del centro de Jalisco y que en este caso debe relacionarse con el estilo Ameca-Etzatlán. La mujer lleva el pelo arreglado sobre la espalda, los pechos desnudos y viste una faja, la única pieza de indumentaria que la cubre. Brazos y piernas se encuentran adornados con ajorcas cuidadosamente decoradas con pequeñas esferas de barro aplicadas al pastillaje.