Tláloc, el principal dios del agua de todos los pueblos mesoamericanos, es conocido como Chaac entre los mayas, Cocijo entre los zapotecos y como Tajín entre los totonacas. Es una de las deidades más antiguas y veneradas por ser el dios que abastecía el líquido vital y enviaba el granizo, los relámpagos, los rayos y las tempestades.
Tempranamente se le encuentra representado en la escultura, pintura, códices y murales. Su imagen continuó siendo una de las más emblemáticas a lo largo de la época del Clásico y Posclásico, siendo retomada como uno de los íconos de la identidad nacional en las obras murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros, así como un referente iconográfico en el trabajo de artistas que se inclinaron hacia la abstracción.
Al dios del agua se le reconoce por las grandes anteojeras formadas por dos aros y por la forma serpentina que porta como bigotera que enmarca su boca, posiblemente una máscara que por lo general está pintada de color azul. Su morada era el Tlalocan, que fray Bernardino de Sahagún describe como “el paraíso terrenal, un lugar donde siempre hay verduras, maizales verdes y toda manera de hierbas, _ores y frutas, y donde siempre es verano”.
En la mitología mexica, Ehécatl, dios del viento, es uno de los dioses principales de la creación, encargado además de otorgar el aliento a los seres vivos. El mito del Quinto Sol relata que, después de haberse lanzado al fuego Nanahuatzin y Tecuciztécatl para convertirse en el Sol y la Luna respectivamente, como no se movían por el firmamento, fue necesario que Ehécatl soplara y de esta forma el Sol se puso a andar primero y después la Luna, creándose el tiempo humano.
Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las cosas de la Nueva España, relata que “[...] teníanle por dios y decían que barría el camino a los dioses del agua y esto adivinaban porque antes que comienzan las aguas hay grandes vientos y polvos, y por esto decían que [...] el dios de los vientos barría los caminos a los dioses de las lluvias para que viniesen a llover”. Así, de las fuerzas conjuntas del viento –Ehécatl– y la lluvia –Tláloc– dependía la siembra del año.
Los atributos de las fuerzas naturales del viento se encuentran representados en su rostro, el rasgo más destacado es la máscara bucal, la cual simula el pico de un pájaro. Se suele interpretar como una de las manifestaciones de Quetzalcóatl, principal deidad del panteón mexica que conjuga la dualidad de la condición humana.