Existen formas artísticas que se pensaría son iguales en las distintas culturas y sociedades del mundo. Figuras que tendrían tal parecido con la realidad, que son tan naturales y comunes, que pueden existir pocas variantes en su representación, una de ellas sería el cuerpo humano. Cuando hacemos un recorrido por las diferentes culturas, nos damos cuenta de lo erróneo de esa idea, ya que es quizá el cuerpo humano, una de las formas donde podemos ver reflejadas de una manera más nítida sus diferencias y sus puntos de confluencia; donde se refleja la cosmovisión y los intereses de un pueblo. Pensemos simplemente en los distintos cuerpos que realizaron los hombres del paleolítico (Venus de Willendorf), a las creaciones griegas, las representaciones manieristas con su detallada y exagerada musculatura (como los personajes de Miguel Ángel) o la búsqueda de la esencia de los cuerpos al descomponer su forma en múltiples puntos de vista, como ocurrió en el siglo XX.
Todos estos pueblos le dan una relevancia mayor a una parte del cuerpo. Los senos, los músculos, la cabeza, las manos o los ojos tienen un especial interés para estas culturas. Este mismo fenómeno sucede entre los pueblos prehispánicos. Para el caso del Preclásico, llama la atención que, a la par del fenómeno olmeca que crea figuras muy naturalistas con un rostro particular que expresaba poder, existe una tradición aldeana, con un arte más cotidiano y con una mayor simplicidad en sus formas, como se puede observar en Tlatilco y Tlapacoya. Las figurillas de estas aldeas tienen un tratamiento muy detallada en la cabeza y el tocado. Asimismo, las caderas se convierten en un foco de atracción de la mirada al representarse de manera prominente. En cambio, las extremidades -los brazos y las piernas- tienen una menor importancia, existiendo ocasiones en las cuales, en lugar de representarse las manos, únicamente se redondea la forma.
Este es el caso de las obras agrupadas dentro del número de catálogo 1076 del Museo Amparo. Las tres piezas se encuentran elaboradas en barro con un engobe color crema y poseen concreciones de cal, lo cual indica su procedencia de un lugar de deshechos de materiales. La primera de estas piezas es muy sencilla y corresponde a una pierna. Su forma es tubular y se adelgaza su circunferencia conforme llega a la parte distal. En el extremo final la figura se engrosa ligeramente, simulando con ello la forma del pie.
Un caso parecido se encuentra en la segunda pieza del grupo, donde se distingue un prisma trapezoidal con su extremo aplanado para simular una pierna. En la sección central está un reborde que engrosa la figura, marcándose con ello la rodilla. Desde esa sección la pieza comienza a disminuir su grosor hasta llegar al pie, el cual se representa con tres pequeñas incisiones verticales para simular los dedos del pie.
La última pieza del grupo, aunque comparte la simplicidad con el resto del conjunto, se diferencia de los anteriores en que es un brazo. Su forma continua la sencillez anteriormente explicada. En este caso corresponde a un cilindro que se dobla en un ángulo de 65º y, a partir de esta flexión, comienza a adelgazarse hasta llegar a una forma de cuña que representa la mano y la acción de agarrar.
La sencillez de estas partes del cuerpo humano refleja una menor importancia si se compara con otras secciones (cabeza y cadera), situación que cambiará más adelante, cuando los mayas desarrollen una detallada figura compuesta por líneas curvas o la tradición estilística Mixteca-Puebla exalte las manos y las sandalias en los códices, dándole un tamaña igual al de la cabeza.