Teotihuacán es uno de los asentamientos prehispánicos que tuvieron una larga ocupación. Su historia podemos rastrearla desde el 200 a.C., cuando era una pequeña aldea, hasta el 650 d.C. momento del colapso de la ciudad. La investigación de esta urbe se caracteriza por las luces y las sombras, por el detallado conocimiento de algunos aspectos y por las grandes lagunas que tenemos en otros casos.
Algo que sabemos con certeza es la importancia del jaguar en esta sociedad, al cual se le relacionaba con la tierra, el agua y los manantiales. Su valor era tal que la pirámide del sol se encontraba recubierta por cabezas y garras de jaguar y en los conjuntos habitacionales de la urbe se podía ver pintado.
Además, también se modeló su figura en arcilla, como es el caso de la figurilla 108 de la colección del Museo Amparo. En esta se representa a un hombre acostado boca abajo, pero su cuello se tuerce para mirar hacia arriba. La figura muestra la sencillez de la plástica teotihuacana. El torso se representa plano y alargado y, a la altura de la cintura, posee una banda ancha simulando su maxtlatl. De ahí surgen dos formas cilíndricas que se proyectan hacia atrás y suben, doblándose 90º, y al llegar al extremo distal se aplanan para representar el pie, aunque no hay mayor detalle de los dedos u otros elementos. Los brazos mantienen la misma sencillez colocándose únicamente una forma tubular que se engrosa en el centro y disminuye su tamaño al final, aplanándose para simular la mano y torciéndose hacia adentro para representar el puño. Además, se colocó una gruesa tira al pastillaje en la muñeca para simular un brazalete; mientras que a la altura del pecho se encuentra una perforación.
Del torso surge una forma cilíndrica que corresponde al cuello y ahí se colocó una cabeza elaborada en molde. La cabeza tiene una línea en la parte inferior que se extiende a los lados para representar la boca. Del centro surge una línea vertical que crea los belfos del animal y llega hasta una sencilla representación de la nariz. A partir de ahí la cabeza se hunde. Con una línea incisa se marcan dos ojos, los cuales tienen la forma de un medio círculo con los extremos alargados. Asimismo, arriba y a los lados, surgen dos grandes orejas que se proyectan hacia lo alto. Tienen una forma triangular con los bordes redondeados y con una concavidad en su interior. En la parte superior de la cabeza, entre las orejas, se plasman líneas verticales que llegan a una banda con cinco cuentas de chalchihuites (círculos con otro círculo en el centro) de donde salían bandas que simulaban plumas y creaban un vistoso tocado.
La figurilla está trabajada con un aspecto rugoso, le falta el pie y el brazo derecho, así como la parte superior del tocado. Además, tiene una fractura en la unión de la cabeza con el cuello.
La figura representa a un hombre con cabeza de jaguar. Es posible que se esté representando a un sacerdote que se transforma en el felino o que está invocándolo. Esto se puede corroborar, además de la máscara que le dota de otra identidad al hombre, por la contorsión que presenta, al subir los pies y echar la cabeza hacia atrás, tocándose casi ambas partes. La comunicación con el jaguar debió ser una de las principales prácticas rituales en Teotihuacán entre el 250 y 450 d.C., momento en el cual la ciudad tuvo su máximo esplendor y también fue cuando los jaguares invadieron las obras de arte.