El yacimiento arqueológico de Tlatilco, otrora aldea del Preclásico, es famoso por su riqueza cerámica, pues estos objetos han sido el hallazgo más común en la zona. La producción alfarera del sitio se centró en la representación de figuras humanas y de la naturaleza, en cambio, no hay indicios claros de la presencia de deidades.
Este objeto es una vasija de barro antropomorfa. La superficie de la pieza presenta un característico color rojizo y restos de estuco, los detalles más finos se aplicaron antes de cocer el material y mediante la técnica de incisión y pellizcado.
El personaje de la vasija se aprecia obeso, pues el tronco de la figura presenta una forma casi totalmente esférica; este detalle contrasta con la delgadez extrema de los brazos y de las piernas. Las manos, por otra parte, apenas están marcadas mediante incisiones que indican los dedos. El género de la figura parece ser femenino, pues este posee pequeños pechos o pezones que sobresalen claramente.
La cabeza de la mujer es casi esférica, tiene los lóbulos de las orejas horadados, lo que se representada mediante dos perforaciones en el barro, y posee un corte de cabello que rodea la cara y forma un fleco en la frente; aunque también puede tratarse de un tocado en forma de casco cuyo detalle superior queda cortado por la boca de la vasija.
El rostro aporta cierta sensación de alegría, el mentón es fuerte y cuadrado, los labios están entreabiertos, casi formando una sonrisa, y en su interior se aprecian un par de dientes muy separados, quizá indicando la falta de piezas dentales, una de las señales características de la vejez. Los ojos de la mujer también poseen una marcada sensación de ancianidad: están hechos a partir de dos incisiones profundas que se juntan en el centro, formando pupilas gatunas que están representadas mediante líneas alargadas y verticales; los párpados están marcados por un filete que rodea todo el ojo.
En necesario precisar que, con la sedentarización, los ancianos mesoamericanos se convirtieron en los guardianes de la sabiduría, repositorios vivientes de la palabra y los conocimientos generacionales. Los atavíos de la mujer representada son un tanto parcos, sin embargo, es poco probable que se tratara de un personaje humilde: el posible tocado y la perforación de las orejas nos indican que tenía cierta jerarquía social. Es posible que esta mujer fuera algún tipo de matrona o sacerdotisa, conocedora de los más profundos secretos de la fertilidad y la maternidad, así como de los ritos propiciatorios asociados a estos ámbitos.
Este tipo de vasijas, aunque funcionales, debieron ser bienes suntuarios que formaban parte de las ofrendas presentes en tumbas. Queda por descubrir si estaban pensados para su uso en el más allá, si representaban al fallecido o si eran un símbolo de acompañamiento después de la muerte, como un repositorio que permitía llevar ciertas fuerzas o conocimientos al otro mundo.